jueves, 20 de junio de 2019

CUANTO PEOR, MEJOR


Para nuestra desgracia, Inés Arrimadas, la hoy diputada en el Congreso por Barcelona que, cuando consiguió aquel millón de votos en las pasadas elecciones catalana no hizo nada por hacerlos valer, se parece más a su voz, rota y un tanto desagradable, que a su imagen de niña candorosa. Si lo digo, es porque me cuesta recordar una sola propuesta en positivo, formulada por quien lleva ya años atizando fuegos, en lugar de apagarlos, como debería hacer el político de clase a quien se le quiere equiparar.
Arrimadas, como un guadiana del conflicto, suele ponerse en modo "standby", sin consumir energía ni argumentos, como hibernando, a la espera de que ocurra algún acontecimiento en el que encajar su discurso siempre negativo, siempre a la contra, tal y como lo hace su jefe de filas Albert Rivera.
Inés Arrimadas, la imagen amable de Ciudadanos, aunque sólo lo sea en apariencia, está siempre dispuesta a viajar adonde sea, para colocarse en el centro de cualquier polémica, especialmente si tiene que ver con el nacionalismo y el PSOE, sus demonios particulares, dispuesta a recoger los elogios de los amantes de los discursos simples, no sencillos, y a ganarse todos esos segundos de telediario, casi siempre en la apertura, porque, para ello, se escogen cuidadosamente el momento y el lugar de esas apariciones, tan medidas y estudiadas.
Ayer mismo, Arrimadas se manifestó en carne mortal en Pamplona, en medio de la polémica elección de la mesa de su parlamento, clave para la posterior elección de la presidencia de Navarra, que, a su vez, podría influir en la investidura de Sánchez como presidente del Gobierno. Arrimadas, como tal, poco tendría que decir al respecto. Pero ella y su partido esperaban que los socialistas navarros, con María Chivite a la cabeza, volviesen a hacerse el harakiri, facilitando con su abstención el gobierno de Navarra Suma, con menos escaños que la suma del resto de fuerzas, una coalición en la que a UPN y PP se sumó Ciudadanos, volviendo a marcar que, como denunciaba ayer Manuel Valls, Ciudadanos no tiene nada de liberal y sí mucho de eso, de partido de la derecha.
La reacción de Arrimadas, cargada de rabia, no se hizo esperar. Su gran reproche a los socialistas navarros consistió en acusarles de dejar entrar a Bildu en la mesa del parlamento, al tiempo que, dijo una y otra vez, entregar Navarra a Euskadi, cuando la anterior presidenta, Usue Barcos, lo fue por Geroa Bai, próxima al PNV.
Se ve que a Arrimadas no le parece bien que Navarra tenga un gobierno estable, con ganas de hacer cosas por los navarros, y preferiría un gobierno minoritario de la derecha, que, en Navarra, sería una afrenta para la mayoría de los ciudadanos, generaría inestabilidad y supondría una sangría de votos para el PSN. Algo parecido a lo que aviesamente pretendía Rivera para Barcelona, un alcalde, Ernest Maragall, independentista que justificase la existencia de su partido, Ciudadanos, en franco retroceso desde que Arrimadas "pasó" de hacer oposición, limitándose a ser la plañidera ofendida sin nada mejor que hacer que arrancar lazos y pancartas y presentarse, no de improviso, sino con preaviso a la prensa y las fuerzas de seguridad en "feudos" independentistas y ganarse así la bronca del pueblo, que tan vistosa queda en los telediarios.
Tiene razón Valls que con sus tres votos dio la alcaldía a Colau, Rivera cree que "cuanto peor mejor" y, como ya hizo el PP durante muchos años, primero en Euskadi y ahora en Cataluña, hacerse el gallito o el mártir, según toque, allí puede, incluso a costa de la desaparición del partido en Cataluña o el País Vasco, da votos en el resto de España. Así de claro: cuanto peor, mejor

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