Hoy lunes conmemoramos el Día Internacional contra la
Violencia hacia la Mujer y, ya a estas horas, hay en España una nueva víctima
para sumar a la insoportable suma de mujeres asesinadas por algún hombre por el
mero hecho de ser mujer y no aceptar que la sometan, la maltraten o la
entierren en vida por él. Desgraciadamente esta nueva víctima, asesinada de
madrugada en la isla de Tenerife, se llevará gran parte de los titulares de
hoy, como la semana pasada se los llevó la actitud arrogante y obstruccionista
de la marca no blanca sino negra del PP, empeñada allá donde se lo consienten
en reventar unanimidades y consensos sólo para pastorear los votos de todos
esos enfermos sociales que siempre se opondrán a lo que todos reconocen porque,
quizá, es lo único que tiene para ofrecerles.
Recuerdo que en el mercado que hay frente a mi casa, un
carnicero negaba tozudamente a quien quisiera escucharle la llegada del hombre a
la Luna, sin otro beneficio que el de estar en boca de todos. Exactamente lo
mismo que hacen quienes se empeñan en no reconocer la violencia contra las
mujeres como problema o en atribuir todos los delitos que se cometen en España
a los extranjeros, más si son menores.
Nos empeñamos en tratar de explicar el ascenso de la extrema
derecha en España, en Europa y en el resto del mundo y encontramos
explicaciones que son, a veces, bastante peregrinas. De ningún modo pongo
en duda que el desequilibrio social consecuencia, no ya de la crisis, sino por
la falsa e injusta salida que se le está dando, pero no me quedo con esa
única causa. Está también la trivialización a la que se somete la información
en nuestros días, a la falta de profesionalidad de quienes deciden qué se da y
cómo se da en los medios, pensando más en "hacer caja" -todo al final
es dinero, las audiencias también- y vendiendo el alma de la decencia
profesional al más estridente, porque es el que asegura más caja.
Así crecieron los Jesús Gil y Berlusconi de hace años y así
están creciendo los Salvini que aparecen por doquier en el mudo y también, qué
nos habíamos creído, aquí en España. Pero no nos engañemos, toda esa gente ya
estaba ahí, las más de las veces emboscada en otros partidos, tomando la sopa
boba en algún escaño, en alguna fundación inexplicable o sentando plaza de
"asesor" de alguno de esos líderes que, con ellos, con esos
puestos o sueldos "ad hoc", crían y entrenan a sus sucesores, como un
criador de perros selecciona y alimenta sus ejemplares.
Pero, al final, como en el famoso éxito de Celia Cruz,
"no hay cama pa' tanta gente" y los más listos se pasan con armas y
pertrechos a lugares, espacios electorales, donde caliente más el sol y
aparecen, como por encanto, no ya las sucursales, sino las "caras B"
de los partidos, que recogen a los votantes desencantados del original, la
izquierda y a la derecha que, negando lo evidente, sea la redondez de la Tierra
o la lacra de la violencia contra las mujeres, para hacerse con esa parte del electorado
que toman prestada de la casa madre, dispuestos a volver a sumarla cuando sea
preciso, pero dejando claro que, al ser el complemento indispensable de la
victoria, las condiciones, las reglas del juego, las imponen ellos.
Como habréis notado, no he nombrado lo innombrable, porque
es evidente que no hace falta alumbrar más determinados anuncios, pero
¡cuidado! porque, a veces, las caras B acaban teniendo más éxito que las caras
A.
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