martes, 12 de noviembre de 2019

¿QUIÉN PAGA TODO ESTO?


La idea, verdadera o falsa, justa o injusta, de que los catalanes son gente de orden que miran por el dinero, hay quien les tilda alegremente de "agarrados", está a punto de caer por tierra a causa de la loca carrera hacia el abismo en que se han embarcado. Lo digo porque nadie con dos dedos de frente puede pretender conseguir algo dando patadas en el trasero de la gente de la que dice buscar el apoyo.
Es muy difícil de entender que, provocando el desabastecimiento de fábricas y mercados, cortando las carreteras y las vías férreas, día sí, día no, cerrando las universidades o destrozando ciudades, sin conseguir nada a cambio, puedan aspirar a que se sume más gente a su causa.
Creo que va siendo hora de que la gente comience a hacer cuentas y a pensar por sí misma, a hacer algo más que seguir consignas y estrategias de quien se esconde tras un pasamontañas, una bufanda o una marca como la de "tsunami democràtic". Así no consiguen más que cansar a sus simpatizantes y desperdiciar energías que, bien encaminadas, por ejemplo, hacia una ambiciosa reforma del Esatut, podrían dar mejores resultados y, con ellos, la serenidad que viene necesitando Cataluña desde hace meses.
Después de meses de continuas movilizaciones, de reducir la actividad del parlamento y el gobierno de Cataluña, el pensamiento de los catalanes se ha manifestado en las urnas exactamente igual que lo ha venido haciendo en las últimas convocatorias electorales, sin moverse un ápice en el sentido de dar la razón a quienes pretenden la independencia de España. Demasiados esfuerzos y demasiado daño causado sin obtener nada a cambio, como para seguir creyendo que ese es el camino. Mucho ruido y ninguna nuez, porque hacer ruido, con cacerolas, piedras o canciones es fácil, pero si en el árbol no hay nueces o no quiere o no pueda darlas, de nada sirve el ruido salvo para cansar al que lo hace e incomodar al que tiene que soportarlo.
Dicen que con todas estas movilizaciones, incluido el bloqueo de la frontera con Francia, el tsunami ejercita y muestra su músculo, un músculo que, para ser mostrado en países democráticos como lo son España o Francia, no precisa de más que unos pocos centenares de personas, un músculo que, como el de los culturistas, no sirve más que para eso, para ser mostrado, y que conlleva el peligro de convertirse en obsesión, apoderándose del cerebro y la razón del independentismo. Sin embargo, y siendo esto así, cada gesto, cada "acción" es puntualmente seguida y retransmitida en directo a través del marco limitado de la pantalla de televisión, concentrando, reduciendo, las causas, las razones y sinrazones del conflicto en un cuadro de 6 x 9, en el que sólo caben los pocos que cortan la carretera, dejando fuera a todos los perjudicados y sus razones.
Los camioneros, con sus mercancías a cuestas, llevan horas bloqueados por unos cuantos coches, no demasiados, abandonados en la autopista a uno y otro lado con sus camiones a uno y otro lado de la frontera, perdiendo dinero y salud por una causa que no es la suya, sólo para que unos cuántos salgan en la tele, acompañando al diputado Llach en su canto de "L'estaca" que yo mismo cantaba, cuando había una estaca a la que estábamos "todos atados" y que, ahora que la estaca ya no existe, porque hay urnas y no hay razones, ya no suena igual.
En este punto y mientras los "bloqueadores" han sido desalojados de suelo francés y lo van a ser del tramo español de la frontera, me pregunto quién pagó la parafernalia de este bloqueo, el escenario desde el que cantó Llach, quién pagará las multas que espero cuantiosas por tanto coche abandonado en la calzada, quien pagará los daños y las pérdidas económicas causadas a los transportistas y a los viajeros, quién paga la residencia del prófugo Puigdemont en Waterloo, quien su carísimo abogado que comparte con narcotraficantes, quién los servidores desde los que montar una Cataluña tan virtual como la que prometen, quién las pancartas, quién los megáfonos, los avituallamientos, los urinarios llevados a la orilla de la calzada, quién las horas de trabajo perdidas.
 No tengo la respuesta, sólo la imagino, pero espero que acabe sabiéndose quienes se esconden tras el tsunami y las máscaras y no sólo eso, espero también que acaben pagándolo como merecen. Y, ya por último, creo que conviene recordar que tras los tsumanis, por muy democráticos que se crean que son, por ejemplo, éste, vienen los Fukuyimas.

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