lunes, 16 de diciembre de 2019

CRECED Y MULTIPLICAOS


Poco a poco, gota a gota, como en el suplicio chino, Vox va dejando su impronta en los gobiernos que apoya, en esos gobiernos de centro derecha extrema que ayudó a conformar en Andalucía, Madrid o Murcia, sin ir más lejos, en los que los ciudadanos, pero, especialmente, ellas, las ciudadanas están siendo privadas del respeto y de los derechos de los que se habían hecho merecedoras, tras años de tenaz y dura lucha.
Son pequeñas medidas, apenas unos párrafos en leyes y decretos, declaraciones a favor o en contra de resoluciones que hasta hace meses se alcanzaban por consenso, como no podía se r de otro modo en ejecutivos que se dicen y se tienen por democráticos y homologables con el mundo al que creemos pertenecer, que, por complacer al socio incómodo, acaban por no adoptarse. Es la política de gestos que, como digo, va tiñendo con un barniz amarillento y rancio sus acciones.
La penúltima, seguro que ya habrá otra, porque los torpes descansan menos que los malos, ha sido la recuperación por parte de la Junta de Andalucía de una iniciativa tan ranciamente franquista, envuelta en el olor a naftalina de los armarios que no se han abierto en décadas, como la reinstauración de los premios anuales de natalidad, que sólo soy capaz de imaginar en las tinieblas de una sala de cine, en uno de esos nodos de obligado cumplimiento, con la rimbombante voz del locutor de turno.
Imágenes del dictador junto a familias inimaginables hoy, de hasta quince hijos o más, que se ponían como ejemplo para el resto de la población, ocupara entonces en sobrevivir a duras penas con dos o más empleos, familias en las que unos buenos "reyes" podían ser una unas cuantas naranjas o una muda nueva. Imágenes en las que "el caudillo" paseaba su barriguita entre niños de todos los tamaños peinados y vestidos casi todos igual, familias en las que la madre, madre esclava, sólo podía pensar en guisar limpiar, lavar y planchar, con la esperanza de "reclutar" cuanto antes a alguna de las niñas, nunca los varones, para atender al resto de la prole.
Cabía también la esperanza de que alguno de los niños recibiese "la llamada" y el seminario restase alguna boca que alimentar a la familia, o que alguno de los chavales entrase de aprendiz en la SEAT, la Pegaso o la Barreiros, para aprender un oficio con el que llevar otro sueldo, por pequeño que fuera, a casa. Estudiar era otra cosa, porque en esas familias, si eran humildes, el coste de los estudios era doble, porque a las matrículas y el precio de los colegios y el material, había que sumar la pérdida de esos pequeños sueldos que no llegarían a casa.
La de los premios era la política del estado generoso anteponiéndose al estado justo. El premio, por delante de la justicia social, por delante de las ayudas regladas por cada uno de los hijos, claro está, en una España sin anticonceptivos ni condones, en la que el aborto, clandestino y peligroso, sólo cabía en la mente de esas mujeres que dependían de un trabajo incompatible con el embarazo o con la crianza de un bebé.
Hoy la mujer tiene, al menos de momento, instrumentos para ser libres, incluido el derecho a decidir sobre su cuerpo, instrumentos que algunos, especialmente ese ultra centro derecha, quieren quitarles, porque una mujer que decide si quiere ser madre o no y cuándo, es más difícil, cuando no imposible, de dominar y porque las mujeres, más solidarias entre sí que los varones, acabarán por transformar la sociedad haciéndola más justa y más "habitable".
Por todo ello hay que evitar los premios que trata de reimplantar la Junta de Andalucía, premios que parecen señalar una senda a seguir, una senda que lleva hacia la quimérica gran familia de Chencho y el abuelo Isbert, en la que todos los papeles estaban adjudicados, pero que sólo era posible gracias a los sablazos que, día sí y día no, daban al "padrino" López Vázquez.
Hay que tener los hijos que se puedan criar con dignidad y, sobre todo, los que se puedan querer y, si la tasa de natalidad está bajo mínimos, hagamos españoles de pleno derecho a quienes quieren vivir y trabajar en España, demos a sus hijos las escuelas que merecen, porque su esfuerzo, hay ejemplos de ello, serán un estímulo para los nuestros. Por todo ello, premios no, justicia, porque si dios existe y dijo aquello de "creced y multiplicaos", lo que no dijo es cómo y la solidaridad en libertad es una manera tan buena o mejor que otras de hacerlo.

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