Sí, poder era querer. Poder formar un gobierno progresista
en España consistía sólo en querer hacerlo. después de hacer el canelo durante
meses, seis, para ser exactos, después de ver las orejas verdes al lobo del
desencanto asilvestrado que cabalgan Abascal y sus amigos, han bastado
veinticuatro horas para alcanzar un acuerdo que ha llenado de esperanza y
alivio a más de la mitad de los españoles en edad de votar. No era tan difícil.
Bastaba con ponerse a hablar sin vetos, pero también sin exigencias. Bastaba
con pensar más en la gente que les necesita que en ellos mismos.
Para darse cuenta de que era lo que había que hacer, bastaba
con ver y oír al casi siempre comedido Alberto Núñez Feijoo hablando del
acuerdo en un receso de la reunión de la directiva del PP enfermo de sorpresa y
desorientación, diciendo cosas que difícilmente diría sin arriesgar su fama de
político sensato y equilibrado. Estaba claro que el "abrazo del
comedor" había roto sus sueños, los del PP, de hurgar en el PSOE, como en
otros tiempos, para dividirlo, para volver a desconectarlo de sus bases,
convenciendo a González, en ausencia de Rubalcaba, de que lo mejor para el país
sería la fusión de PP y PSOE, con los restos de Ciudadanos como palanganero, en
la gran coalición que sueña el IBEX par amasar más beneficios aún, a costa del
bienestar de la gente, agrandando la brecha ya de por sí
enorme que divide en dos mitades demasiado desiguales entre
los que tienen más de lo que merecen y los que no tienen ni esperanza.
Bastaba también con ver el gesto sombrío de Pablo Casado, al
que sucesivas carambolas han vestido de éxito sus fracasos electorales,
desencajado al comparecer tras la reunión con los suyos, encarnando como nadie
el papel de aquellos chuchos, por los que Don Quijote dijo aquellos de
"ladran, Sancho, luego cabalgamos. Y es que Casado no tiene nada que
ofrecer a los suyos, porque no llega ni de lejos a los resultados de Rajoy y
porque ahora tiene a Vox, los cachorros asilvestrados que Aznar crío a sus
pechos y que Esperanza Aguirre mantuvo a base de mamandurrias, a una treintena
de escaños de sus resultados.
A mí me bastó con ver el alivio con que recibieron el
acuerdo quienes tienen sobre sus espaldas un alquiler caro que puede serlo más,
hasta que el sistema reviente y las calles se vuelvan tan inhóspitas como las
de Barcelona y el chollo de los turistas de un par de días se acabe, el alivio
con que quienes están en manos de banqueros sin escrúpulos, quienes ven a sus
hijos expuestos a calles repletas de timbas electrónicas, quienes están
enfermos o acabarán estándolo, a los que siempre les irá mejor en una sanidad
pública que en manos de quirones privados. Me bastó con pensar que el gobierno
que salga del acuerdo se debe a sus votantes y no a los intereses de
empresarios vampiros que arrojarían a sus hijos a la pira, con tal de
hacer caja.
Me alivió también la sorpresa de que el logro del acuerdo
sólo se conociese apenas una o dos horas antes de firmarse. Me alivió también,
por qué no decirlo, que todo se hiciese a espaldas de la prensa, que nadie
metiese sus narices, dejándose utilizar o no, en la fulgurante negociación,
porque este país, esta democracia, difícilmente podrían soportar otro circo
como el de julio pasado.
Va a ser difícil, pero era necesario y, si son capaces de
mantener la ilusión que ayer despertaron en muchos de nosotros lo conseguirán,
porque, insisto, lo más difícil ya está hecho y porque ayer se demostró que
para poder no basta con querer, pero querer, y en julio no lo fue, es
imprescindible. Por eso insisto en que bastaba con querer y esta vez, por las
razones que sea, a la fuerza o de buen grado, se ha querido.
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