Hay dilemas y dilemas. Los hay razonables, como el que tuvo
que vivir el genial Guillermo Cabrera Infante en su habanera infancia de
infante difunto, en el que había que escoger entre la dosis proteica de una
sardina o aprender a vivir en la oscuridad de una sala de cine. Está claro que
Cabrera Infante optó por el cine frente a la sardina y, todos, debemos dar
gracias por ello, porque, así, ese cubano de rostro achinado pudo aprender
soñando, para, después, compartir su sabiduría y sus sueños con todos nosotros.
Otros dilemas, como el tan repetido y jocoso "susto o
muerte", resultan infames, porque es evidente que nadie en su sano juicio
escoge la muerte para evitar un susto, dilemas como el que se impone al
torturado que, para evitar el daño y quién sabe si la muerte, debe
"confesar", admitiendo delitos que quizá no tiene o delatando a
compañeros que alimentarían el placer sádico e inútil del torturador, un dilema
infame que nunca debiera plantearse, como nunca debiera plantearse el que
proponían ayer los llamados Comités de Defensa de la República, con siglas
compartidas con los siniestros Comités de Defensa de la Revolución, de los que
supo Cabrera Infante, "Independencia o barbarie", como si una no
cupiese dentro de la otra y como si la nueva arma de la "gen de pau"
fuese ahora el chantaje.
Resulta doloroso comprobar como los activistas, la gente de
acción, se han apoderado del alma y de los sueños de muchos de esos catalanes
que aspiraban y siguen aspirando a hacer realidad sus ansias de independencia, arrinconando
la razón y sembrando los caminos del diálogo con los mismos clavos y barricadas
con que, desde el lunes y antes, vienen sembrando los caminos y las autopistas
por los que miles de catalanes y no catalanes, van a trabajar, al médico, a ver
a la familia o, simplemente, a descansar.
Hacerlo es fácil. Bastan unas decenas, a lo sumo centenares,
de fanáticos, algunos bien entrenados para cortar una autopista y colapsar una
frontera o, quién lo sabe, una región o un país entero. Es muy fácil,
demasiado fácil, porque ellos saben lo que van a hacer y el resto confiamos en
que nadie esté tan loco como para causar tanto daño a tanta gente ajena a su
"guerra". Pero lo están y más aún quienes les dejan hacer y les
alientan, los partidarios del "cuanto peor mejor", que esperan que,
ante la violencia, la inseguridad y el desastre de los caminos cortados y las
fábricas y facultades cerradas, el Estado, éste que para ellos y sólo para
ellos encarna el mal, va a hincarse de rodillas, cediendo a lo que no puede ceder,
porque representa a millones de ciudadanos de dentro y fuera de Cataluña que no
soportarían la tiranía de unos pocos, por más que sean gente de acción
escondida tras ese disfraz de la gente de paz, gente que levanta las manos ante
las fuerzas del orden, oliendo todavía a la gasolina de alguna barricada o
sucias del cemento de algún cascote.
El Estado no puede ceder ante la violencia, no lo hizo ante
la sangre y el dolor de las víctimas de ETA y no lo va a hacer ahora. Es más
fácil que los mismos catalanes se cansen de tanta barricada y tanto humo, de
tanta huelga, de tanto bloqueo y de tanta mentira, es más fácil que la
violencia, la barbarie, acabe volviéndose contra los que la producen y la
consienten y, entonces, el dilema con que los CDR nos amenazan se resuelva él
mismo sin aceptar ninguna de las premisas, porque nadie está dispuesto a
admitir la una para conseguir la otra y porque, por ese camino, es más fácil
llegar a la barbarie que a la independencia.
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