Me recuerdo, con apenas veinte años, charlando con otros
compañeros en la cafetería de la Facultad de Veterinaria, en los estertores de
Franco y su dictadura, sobre algo que entonces apenas era una quimera que
tocábamos casi con la punta de los dedos, pero quimera al fin. Hablábamos en
largas conversaciones, frente a un pincho de tortilla, un botellín o un
refresco, de democracia. Manejábamos panfletos imaginativos, generalmente de
grupos anarquistas o afines que planteaban el sueño de una democracia "perfecta",
en la que las decisiones se tomasen entre todos, mediante consultas a
distancia, supongo que telefónicas, porque Internet, el instrumento que lo
haría posible, sólo era un experimento compartido por tres universidades
californianas.
Soñábamos con ello sin conocer su existencia, sin conocer,
siquiera, la democracia, de la que apenas sabíamos nada, más allá de la
rudimentaria con que nos manejábamos torpemente en las asambleas de facultad
tan fáciles de manipular, al menos en aquella Facultad de Veterinaria, en la
que las cosas inmediatas, la de cada día, enmascaraban los asuntos
verdaderamente importantes.
Viene esta disquisición a cuento de la facilidad con que, ahora,
en pleno siglo XXI, cuando gozamos de una democracia más o menos homologable,
se recurre con demasiada frecuencia, para primarias o para pactos. se recurre
con demasiada facilidad a las bases, con resultados que casi nunca difieren de
los deseos de la dirección convocante.
Siempre que se introduce la informática sin garantías
judiciales y, a veces, hasta con ellas, la limpieza de la consulta acaba
siempre en entredicho, porque nada más manipulable o, simplemente, vulnerable
que un ordenador o una red de ordenadores, que, para nosotros los profanos es
apenas una caja llena de lucecitas, de la que siempre sospecharemos, mucho más,
desde luego que del voto emitido en un papel y entregado a una persona de carne
y hueso. Soñar con esa democracia perfecta, inmediata y universal en la España
de 1975 era tan lícito como hacerlo con la de las urnas y las Juntas
Electorales, pero hoy, casi medio siglo después, tengo experiencia en una y
otra y tengo derecho a dudar de la primera.
Parémonos a pensar, tenemos experiencia en ello, en que el
exceso de consultas acaba matando a la democracia, como al amor, de tanto
usarla. Lo digo, porque estas consultas se convierten mucho más de lo debido en
plebiscitos en los que el que pregunta sólo persigue que le den la razón o domar
a los oponentes y estas consultas, a celebrar en más de un día, algunas, sirven
-ocurrió en las primarias de Ciudadanos en Castilla León- para llenar de votos
telemáticos fraudulentos la "urna" del candidato más afín al que
controla el sistema.
Pensemos también en Suiza, país en el que difícilmente hay
un fin de semana en el que, en alguna ciudad o algún cantón, no se consulte a
los ciudadanos sobre cualquier cosa. Democracia perfecta, pensaríamos, y, sin embargo,
La Confederación Helvética es un mastodonte burocrático en el que no hace tanto
las mujeres no tenían derecho al voto y en el que la democracia se usa a veces
para que unos vecinos se impongan a otros, a veces por verdaderas nimiedades.
Viene todo esto a la facilidad con que algunos partidos, tradicionalmente
Podemos, ponen el dedo en el gatillo de la consulta, lo mismo para preguntar
por un chalé que para hacerlo por un pacto, y que no siempre apacigua las
almas, más bien al contrario, sino que impide el diálogo y el consenso que
fortalecería el partido, y vuelvo a poner el ejemplo de Podemos, en el que
aquel Vista Alegre II, más que unirlo, acabó partiendo el partido casi mitad
por mitad y dando lugar a los sucesivos abandonos de los líderes perdedores y a
la posterior aparición de escisiones rivales.
Quiero decir que quien convoca, sea Galapagar o sea un pacto
de gobierno el asunto de la consulta se las arregla para no perder la razón en
ella, por lo que quiere no es saber qué es lo mejor para el partido, sino
recabar el respaldo de los militantes para lo que ya ha decidido hacer, prefieren,
dándole un tinte democrático a lo que muchas veces no lo tiene.
Ahora es Esquerra (ERC) quien, por pura táctica, quiere
someter a la consulta a las bases su posible apoyo al gobierno de coalición que
proponen PSOE y Podemos, consulta a las bases, que no a los votantes, para saber
qué hacer con esos votos, consulta con la que ERC pretende lavarse la cara
frente a la apisonadora del PDCat y curarse de la mala conciencia que le
produciría impedir por tercera o cuarta vez que un gobierno de progresista se
ponga al frente de este país.
En fin, la democracia no siempre es buena, porque no siempre
viene de frente y abusando de ella se corre el peligro, ya lo he dicho, de
matarla, como al amor, de tanto usarla.
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