Sé que pisaré algún que otro callo por esto que escribo,
pero me creo en la obligación de hacerlo, pero llevamos meses pendientes del
árbol Greta Thunberg, sin que éste nos deje ver el bosque del abismo en el que
nos `precipitamos desde hace años. Sé que lo fácil sería sumarse a la
"gretamanía", hacerse fan de esta adolescente sueca que hace tres
años decidió dejar sus clases los viernes para "plantarse", primero
en solitario, acompañada por otros estudiantes en viernes siguientes, frente al
parlamento sueco pidiendo acciones más eficaces contra la emergencia climática.
Es muy fácil y, a cierto punto eficaz poner el foco sobre
esta joven a la que enseguida siguieron, priemero centenares, luego miles, de jobees
y no tan jóvenes hasta convertir sus "viernes para el futuro en un
movimiento seguido por centenares de miles de estudiantes en todo el mundo, que
organiza manifestaciones y protestas en las principales capitales de los cinco
continentes.
Todas esas manifestaciones, la peculiar manera de expresarse
de Greta y su historia vienen ocupado minutos y minutos de telediarios, páginas
y páginas, titulares y titulares en la prensa y en las redes que,
lamentablemente, a menudo eclipsan los problemas que denuncia. Greta se ha entregado
en cuerpo y alma a su causa y en apenas dos años se ha convertido en uno de los
símbolos o, por qué no decirlo. en el símbolo de la lucha mundial en
defensa del planeta.
Es positivo que una joven, representante de las generaciones
que heredaran la Tierra sea tan visible, pero creo que quizá hemos echado
demasiada responsabilidad sobre sus hombros, más en un mundo al que le encanta
crear héroes para, a continuación, hundirlos. Demasiada responsabilidad para
una joven a la que se ha convertido en interlocutor mediático sobre este grave
peliagudo en el que los enemigos y las trampas están a la orden del día. Un
interlocutor con una personalidad especial, casi patológica que le lleva a
confundir la tenacidad con la obsesión y a imponerse metas imposibles a veces.
Os estoy hablando de su empeño en no contribuir al consumo
de combustibles fósiles, que en el caso del transporte aéreo es evidente y
todos, especialmente los turistas de fin de semana, deberíamos tomar ejemplo de
ella. Sin embargo, cuando las cosas se llevan al extremo, corremos el peligro
de convertir una causa justa y urgente en una comedia bufa. Todo, porque las
apuestas de Greta llevan en su imposibilidad de cumplimiento la base de las
críticas de quienes están deseando que fracase para, sobre su fracaso,
proclamar el de toda la causa que defiende.
El cambio de sede de la cumbre del clima, prevista en
Santiago de Chile, a Madrid le pillo en el continente americano, a miles de
millas náuticas de España. Pidió ayuda para atravesar el Atlántico a vela y la
consiguió de una pareja que se ofreció a llevarla a Lisboa en su precioso
catamarán, pero la mala mar retrasó su llegada hasta ayer y, ahora, se enfrenta
a su reto siguiente: llegar a Madrid en un medio de transporte sin huella de
carbón, algo tan imposible como venir montada en el unicornio azul que cantaba
Milanés y que en realidad eran unos pantalones vaqueros, imposibles en aquella
Cuba, que, hoy lo sabemos, consumen miles y miles de litros de agua en su
fabricación.
Así que, para cubrir los centenares de kilómetros que
separan Lisboa de Madrid pidió también ayuda. Y la tuvo, porque el gobierno
extremeño le ofreció dos coches eléctricos para llegar a la cumbre de Madrid.
Pero Greta los rechazó por que usan baterías de litio, también contaminante y
optó por el tren, quizá sin saber que un tren que una Lisboa con Madrid, rápido
y limpio, es tan imposible como el unicornio, porque las líneas que comunican
Extremadura con el resto del mundo están hechas de recortes y reliquias que,
antes o después, o se averían o consumen gasoil. Eso, en el caso de que seamos
tan inocentes como para creer que la electricidad que mueve los trenes no
consume carbón o gas en su generación.
Finalmente, Greta estará en Madrid y, seguro, se dirigirá a
los participantes en la marcha por el clima prevista para el viernes, en la
que, de nuevo será la estrella, y más de uno, al menos yo, se preguntará cuánto
han contaminado su viaje y el seguimiento mediático que se ha hecho de él.
Sinceramente, creo que la odisea de Greta es en realidad un espejismo, aunque
siempre servirá para que meditemos sobre los gramos de catástrofe que, con cada
uno de nuestros gestos, vamos sumando hasta hacer de este mundo un lugar
inhabitable.
Bienvenida sea pues Greta, como símbolo, nunca como agente o
interlocutor en el debate, porque, para ello, aún le queda.
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