miércoles, 4 de diciembre de 2019

GRETA


Sé que pisaré algún que otro callo por esto que escribo, pero me creo en la obligación de hacerlo, pero llevamos meses pendientes del árbol Greta Thunberg, sin que éste nos deje ver el bosque del abismo en el que nos `precipitamos desde hace años. Sé que lo fácil sería sumarse a la "gretamanía", hacerse fan de esta adolescente sueca que hace tres años decidió dejar sus clases los viernes para "plantarse", primero en solitario, acompañada por otros estudiantes en viernes siguientes, frente al parlamento sueco pidiendo acciones más eficaces contra la emergencia climática.
Es muy fácil y, a cierto punto eficaz poner el foco sobre esta joven a la que enseguida siguieron, priemero centenares, luego miles, de jobees y no tan jóvenes hasta convertir sus "viernes para el futuro en un movimiento seguido por centenares de miles de estudiantes en todo el mundo, que organiza manifestaciones y protestas en las principales capitales de los cinco continentes.
Todas esas manifestaciones, la peculiar manera de expresarse de Greta y su historia vienen ocupado minutos y minutos de telediarios, páginas y páginas, titulares y titulares en la prensa y en las redes que, lamentablemente, a menudo eclipsan los problemas que denuncia. Greta se ha entregado en cuerpo y alma a su causa y en apenas dos años se ha convertido en uno de los símbolos o, por qué no decirlo. en el símbolo de la lucha mundial en defensa del planeta.
Es positivo que una joven, representante de las generaciones que heredaran la Tierra sea tan visible, pero creo que quizá hemos echado demasiada responsabilidad sobre sus hombros, más en un mundo al que le encanta crear héroes para, a continuación, hundirlos. Demasiada responsabilidad para una joven a la que se ha convertido en interlocutor mediático sobre este grave peliagudo en el que los enemigos y las trampas están a la orden del día. Un interlocutor con una personalidad especial, casi patológica que le lleva a confundir la tenacidad con la obsesión y a imponerse metas imposibles a veces.
Os estoy hablando de su empeño en no contribuir al consumo de combustibles fósiles, que en el caso del transporte aéreo es evidente y todos, especialmente los turistas de fin de semana, deberíamos tomar ejemplo de ella. Sin embargo, cuando las cosas se llevan al extremo, corremos el peligro de convertir una causa justa y urgente en una comedia bufa. Todo, porque las apuestas de Greta llevan en su imposibilidad de cumplimiento la base de las críticas de quienes están deseando que fracase para, sobre su fracaso, proclamar el de toda la causa que defiende.
El cambio de sede de la cumbre del clima, prevista en Santiago de Chile, a Madrid le pillo en el continente americano, a miles de millas náuticas de España. Pidió ayuda para atravesar el Atlántico a vela y la consiguió de una pareja que se ofreció a llevarla a Lisboa en su precioso catamarán, pero la mala mar retrasó su llegada hasta ayer y, ahora, se enfrenta a su reto siguiente: llegar a Madrid en un medio de transporte sin huella de carbón, algo tan imposible como venir montada en el unicornio azul que cantaba Milanés y que en realidad eran unos pantalones vaqueros, imposibles en aquella Cuba, que, hoy lo sabemos, consumen miles y miles de litros de agua en su fabricación.
Así que, para cubrir los centenares de kilómetros que separan Lisboa de Madrid pidió también ayuda. Y la tuvo, porque el gobierno extremeño le ofreció dos coches eléctricos para llegar a la cumbre de Madrid. Pero Greta los rechazó por que usan baterías de litio, también contaminante y optó por el tren, quizá sin saber que un tren que una Lisboa con Madrid, rápido y limpio, es tan imposible como el unicornio, porque las líneas que comunican Extremadura con el resto del mundo están hechas de recortes y reliquias que, antes o después, o se averían o consumen gasoil. Eso, en el caso de que seamos tan inocentes como para creer que la electricidad que mueve los trenes no consume carbón o gas en su generación.
Finalmente, Greta estará en Madrid y, seguro, se dirigirá a los participantes en la marcha por el clima prevista para el viernes, en la que, de nuevo será la estrella, y más de uno, al menos yo, se preguntará cuánto han contaminado su viaje y el seguimiento mediático que se ha hecho de él. Sinceramente, creo que la odisea de Greta es en realidad un espejismo, aunque siempre servirá para que meditemos sobre los gramos de catástrofe que, con cada uno de nuestros gestos, vamos sumando hasta hacer de este mundo un lugar inhabitable.
Bienvenida sea pues Greta, como símbolo, nunca como agente o interlocutor en el debate, porque, para ello, aún le queda.

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