Ni la foto de EFE que ilustra esta entrada no está tomada en
las calles de Cataluña ni su protagonista es un viejo independentista catalán.
La imagen se tomó frente al consulado español en Moscú y quien aparece en ella
no es otro que Vladimir Zhirinovsky, un líder ultranacionalista ruso -un
Abascal ruso, para entendernos- sumándose a una manifestación a favor de la
independencia en Cataluña, y esto, pue podría quedar en poco más que una
anécdota, cobra importancia ahora que sabemos que la Audiencia Nacional
investiga la presencia de "espías" rusos en Cataluña durante los días
más crispados del Procés, al tiempo que sigue la pista de oscuras
transferencias de bancos rusos que habrían acabado en el entorno del movimiento
independentista.
Esto, que parece sacado de una novela de Le Carré, no sería
del todo descartable, puesto que Rusia, una vez desaparecida la Unión Soviética
y su influencia, con la caída del llamado "telón de acero", se quedó
sin el poder que, durante la "guerra fría", le confería ser uno de
los dos elementos del binomio Estados Unidos-URSS.
Ahora, Moscú trata de recuperar esa influencia perdida en
favor de China y su flamante imperio económico tejiendo alianzas
inexplicables y, sobre todo, desestabilizando países como el nuestro, echando
mano de lo mejor que, al parecer, conserva de la herencia soviética, el KGB
renovado, del que tanto sabe Vladimir Putin, una red de espionaje que, como la
CIA, lo mismo acaba con quien Putin considera una amenaza, sea periodista,
científico o ex espía, que "malmete" en los asuntos internos de
algunos países, todo ello financiado por los bancos y las mafias rusas que con
tanta eficacia han penetrado en Occidente, incluida España, sin olvidar la
poderosa red de hackers rusos con connivencias o no con el estado ruso que lo
mismo interfieren y secuestran los servidores de cualquier empresa que
emponzoñan campañas electorales "troleando" a candidatos y
difundiendo informaciones falsas o, como en el caso de Hillary Clinton,
"robando" sus correos electrónicos para ponernos en manos de sus
rivales.
Ese es su mejor caballo de batalla y, con él, consigue
desequilibrar el poder en países que duermen en los laureles de su seguridad,
como los Estados Unidos, llevando a la presidencia a un personaje tan
imprevisible e inestable como Trump, al que ha convertido en su rehén, puesto
que la información que tiene de él y sus chanchullos le han puesto a sus pies.
Sabiendo esto, es fácil imaginar qué es lo que pretende Rusia en Cataluña. De
sobra saben que una Cataluña independiente y al margen de la Unión Europea
estaría dispuesta a caer en los brazos de alguien a quien debería tantos
favores y que algunos dirigentes del procés, Torra y Puigdemont, por ejemplo,
han dado síntomas, ambos, de ser tan inestables e imprevisibles como el propio
Trump. Personajes que serían títeres en la estrategia rusa para recuperar la
influencia perdida en el Mediterráneo.
Aquel "¡Que vienen los rusos!", una cursi comedia
hollywoodiense, en la que, una vez superado lo peor de la guerra fría, se
trataba de humanizar al enemigo ruso, nada tienen que ver con este "¡Que
vienen los rusas!" de ahora, en el que, en lugar de un submarino en
apuros, lo que nos llega es lo peor de la peor mafia y la inseguridad de que
nada de lo que escribimos o leemos está a salvo de las manos y la mirada de los
rusos.
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