Dicen que quien no se consuela es porque no quiere y, a lo
mejor, es eso lo que me ocurre, que quiero consolarme y por eso, en medio del
disgusto, cabreo más bien, y la desolación, quiero consolarme y, para ello,
busco síntomas, por pequeños que sean, de lo que debería acabar siendo un
conjunto de cambios en el panorama político, que, desde hace años, estamos
necesitando.
De todos esos síntomas, el más esperanzador, al menos para
mí, es el de que, pese a tenerlo todo en contra, Más País la entrada en el
Congreso y que la presencia de Errejón en la política nacional dice a las
claras que la izquierda no tiene los límites en los designios Iglesias y
"su" Podemos, sino que más allá de su intransigencia la izquierda
sigue existiendo, con lo que excluir al PSOE y sus votantes de la izquierda,
algo muy recurrente en Iglesias y los suyos, ya no resulte tan fácil, porque
los votos de los electores que escogieron ayer la papeleta de Más País acabaron
con la autoproclamada "pureza de sangre" de Podemos.
En cuanto a los tres escaños perdidos por el PSOE en estos
comicios mal medidos por Sánchez y sus asesores, especialmente Iván Redondo,
siempre son menos, en lo absoluto y proporcionalmente a su potencia electoral,
que los siete que ha perdido el partido de Pablo Iglesias, partiendo de la
tercera parte de los escaños que obtuvo el PSOE en abril, prueba evidente de
que las urnas han castigado más a Iglesias el bloqueador que a Sánchez el
presunto intransigente, dejando claro que las negociaciones de julio tendrían
que haber acabado de otro modo.
Tiempo hay ahora de rectificar y tiempo para que lo poco que
queda de democrático en Podemos, tiempo para que en Podemos alguien sea capaz
de mirar más allá de los intereses de Iglesias o para que el dios de los
estalinistas ilumine a quien se cree el más listo de la clase, haciéndole ver
que él y sus fieles no trabajan para el partido sino para la gente, que, como
se vio ayer, ya se está cansando.
Mirando a la derecha, me consuela como no podéis imaginaros
el hundimiento de Ciudadanos y de su líder, Albert Rivera, felizmente dimitido, quien, con sus
apariciones y desapariciones, con su mala costumbre de atarse a vetos suicidas,
con sus estrategia de presentarse como el adalid de la derecha más dura, no
sólo dejó a la mayor parte de sus votantes con la sensación de haber sido
estafados y huérfanos de líder, sino que fue uno de los principales
actores del proceso que desembocó en las elecciones celebradas ayer. No sé en qué
pensaba, si es que pensaba en algo, cuando entro en ese delirio mercadotécnico,
lleno de actos absurdos de provocación, reventando la convivencia, en Cataluña
y en el resto de España, buscando un cómodo martirio, rodeados de policías y
escoltas, una estrategia en la que la mosquita muerta que, dicen, podría
sucederle, ha sido una pieza fundamental.
Ciudadanos ha pagado eso y ha pagado haber sido la argamasa
con que el PP construyó la autopista por la que, partiendo de Andalucía y
pasando por Madrid, ha llevado a Vox a tener 52 resultados y a poder recurrir,
por su cuenta y riesgo, sin necesidad de apoyos externos, al Constitucional
cualquier ley que les venga en caga, reeditando aquella estrategia puesta en
marcha por Federico Trillo en el PP de Rajoy que desencadenó, entre otras
cosas, el principio del fin de la convivencia en Cataluña.
Pese a todo, prefiero a Vox sin máscara ni ambages, antes
que a un Ciudadanos como pollo sin cabeza, del que nunca nadie podría acabar
fiándose, porque su líder, ya dimitido, después de hacerse con el poder
absoluto en el partido se convirtió en uno de los personajes más
inestables, bipolar diría yo, de la política española.
Ahora Vox ha venido a ocupar el lugar de Vox, dejando al PP
sólo y sin coartadas, a expensas del partido de Abascal, los de a caballo y los
arquitectos falsarios, que, antes o después, se lo acabarán merendado. El
consuelo es doble, porque Vox, como Nuevo Amanecer en Grecia, acabará siendo,
en cuanto tenga que actuar y se descubra, apenas un fogonazo que hizo ver a una
parte del electorado fantasmas inexistentes, despertando a otros que estaban
felizmente dormidos.
Lo que está por venir va a resultar apasionante y, si
personajes como Iglesias. acostumbrado como Rivera, a purgar y manejar el partido
a su antojo, acaban viéndose en su espejo, triste final incluido, aprenden la
lección y aflojan las riendas, para permitir, pensando en el país, la
gobernabilidad que desde hace años está necesitando.
Ya veis, quizá porque lo necesito, soy capaz de ver ventajas
en el desastre de ayer. Espero no ser el único para que los españoles, la gente
de carne y hueso y sus problemas, pasen a ser el verdadero objetivo de la
política y los políticos.
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