Lo mismo que en los minutos finales del franquismo, los
españolitos que estábamos en edad de ello, gritábamos aquello de "menos
mal que nos queda Portugal", yo, anoche, podría haber gritado con la misma
convicción "menos mal que nos queda la 2". Y menos mal que teníamos
una cadena nacional sin cortes publicitarios, en la que no se daba en directo
el soporífero debate electoral, en el que, como en una danza de cortejo
dirigida a sus votantes, cada uno de los candidatos, desde Abascal a Iglesias,
pretendieron aparecer como más alto, más listo y más guapo que el resto.
Lo intenté, os juro que lo intenté, pero apenas duré el
primer bloque del debate, el dedicado a tratar de la cohesión del Estado,
eufemismo de eso de lo que llevamos semanas si no meses hablando: de Cataluña. Lo
intenté, pero duré sólo hasta la piedra de Rivera, que parecía no haber
escarmentado de ridículos pasados, llenando el atril de cacharros y rollitos de
papel, más feliz que un colegial al que han premiado con sobresaliente alguna
de sus manualidades.
Ahí no pude más y me pasé a Montalbano, porque me gusta
Sicilia y me gustan el ritmo lento, los cafés en la terraza, junto a la playa,
y las comidas tranquilas en un pequeño restaurante frente al mar.
Me encanta Montalbano, porque encarna a la perfección a los
polis italianos, al menos a los de la unidad antimafia y antiterrorismo con los
que me cruzaba cada mañana en Vía Giulia de Roma, todos rapados, con sus
camisas entalladas y un aire de elegante chulería de marca.
Montalbano, el personaje de Andrea Camillieri, y sus
crímenes casi rurales, pero no del todo rurales me entretuvieron como jamás me
hubiese entretenido un debate que se suponía me debería interesar y que me
pareció un examen de unas oposiciones a las que me presentase por cuarta vez en
dos años sin la más mínima esperanza de conseguir aprobarlas.
Lo poco que vi del tedioso debate, más lento y aburrido que
un paso de semana santa en Castilla y lo que he escuchado esta mañana, bendita
radio, me ha servido para confirmar que iban todos contra el candidato
socialista, que Casado y Rivera se dieron la leña que no quisieron dar, tampoco
PSOE ni Podemos, a Vox y que Pablo Iglesias no dudó en "pasarse al
enemigo", lanzando también sus puyas a Pedro Sánchez, mientras intentaba
hipotecarle, tratando de forzarle a revelar sus posibles socios de un
hipotético gobierno, algo que entraba en contradicción con su machacona
afirmación de que el PSOE gobernará con la derecha.
No vi ese debate en bucle, porque, pese a la presencia de
Vox, el debate fue el mismo de abril, y no me arrepiento de ello, porque las
conclusiones de quienes sí lo vieron son las mismas que yo mismo presuponía.
Todos, salvo quienes están a sueldo de los candidatos, se aburrieron. Nada de
lo dicho en él sorprendió a nadie y no creen, como yo, que ese debate cambiase
el voto de nadie.
Está todo tan medido, tan "bloqueado", que el
diálogo, no digamos el enfrentamiento, entre candidatos, tan revelador él, no
se produce. Está todo tan encorsetado que extraña que no faciliten a los
candidatos un palito, a ser posible con una manita en el extremo, para que se
rasquen, aburridos, bajo los focos. Creo que este país no podrá soportar otro
bodrio como el de anoche que, en mi opinión y por lo poco que vi, hizo más por
la abstención que por la participación entusiasta de los votantes. Lo más
preocupante es que todos, hasta la izquierda, perdonaron la vida a ese maniquí
de Abascal que fue colocando, mentira sobre mentira, sus mensajes contra las
mujeres libres, contra los inmigrantes y contra todo lo que no conoció don
Pelayo. Entiendo que al PP y Ciudadanos no les interesaba molestar a su leal
socio y me consuela pensar que a la izquierda, PSOE y Podemos, les interesa un
Vox rampante, para que reste votos y escaños al PP y para que despierte de una
vez a sus votantes.
Espero que después del bodrio y sus consecuencias el domingo
no haya que repetir elecciones, pero, si es así, ojalá sigan estando Montalbano
en la 2, ante un plato de buen pescado, con un buen vino frente al mar de
Sicilia.
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