Cuesta trabajo creer que haya otro país más cutre a la hora
de desarrollar campañas electorales, En ellas no se tratan los temas que a la
gente realmente le interesan. De lo que se habla es de lo que los medios,
especialmente las televisiones, acuerdan que preocupa a los electores, aunque
luego, en los sondeos, esos asuntos estén en el furgón de cola de las
inquietudes de la población.
Nos mienten las teles y nos mienten los candidatos que se
inventan las intenciones de los otros candidatos, echando a un lado la realidad
y acomodando su falsa verdad a sus propios intereses y lo que han decidido que
son los intereses de quienes creen que son o pretenden que sean sus votantes.
Así, Pablo Casado se permite presumir de haber hecho una
excursión al cerebro de Pedro Sánchez, al insinuar, como hizo ayer mismo, que
el presidente acomodó la convocatoria electoral a la publicación de la
sentencia, porque le interesaba la violencia en Cataluña, para aparecer
envuelto en la bandera y con la porra en la mano. una traición del inconsciente
de Casado que, con toda seguridad, evocaba al decirlo al último ministro de la
porra de su partido quien, el sí, hace dos años sembró de porrazos y de cargas
injustificables la geografía catalana.
En otro rincón de la derecha, sus socios de Vox, a pie o a
caballo, desbarran también, gritando a los cuatro vientos sus descomunales
mentiras, de juzgado de guardia la mayoría, con el único fin de sembrar el
miedo y el odio en las cuatro esquinas de España, atribuyendo, muy al estilo Le
Pen o Trump, el gasto social al mantenimiento de los emigrantes "vagos y
delincuentes", haciendo de la lectura de una presunta lista de
subsidiados, casi todos ellos de nombre árabe, el numero estrella de sus
mítines o amenazando en plano debate televisivo con ilegalizar el PNV o con
detener a Torra, cuando todo el mundo sabe o debería saber, especialmente
alguien que presume de militar o de abogado, sin haber brillado en ninguna de
ambas actividades, que esas son decisiones que se toman en los tribunales y con
todas las garantías y no por reyezuelos envalentonados como parece que ellos
serían si los votos no lo impiden.
En el otro rincón del cuadrilátero, Pablo Iglesias y su
compañera Irene Montero siguen jugando con el electorado de izquierdas,
afirmando, ni siquiera lo insinúan, que Pedro Sánchez pactará con Pablo Casado,
permitiéndose incluso interpretar los deseos de los militantes socialistas y
olvidando con descaro la gran decepción que supuso entre los de Podemos,
votantes que no "inscrito", que asistieron tristes e incrédulos a los
cuatro noes de Iglesias a Sánchez a la hora de formar un gobierno progresista.
Nos queda Sánchez, en el centro del ring, parando os golpes
de unos y otros, aquí y allá, asistiendo a la esquizofrenia de Esquerra que unas
veces parece el más abnegado de los bomberos, apagando el fuego de la
unilateralidad, barricadas incluidas, soportando las acusaciones de botifler,
unas veces y prendiendo mechas irresponsablemente, otras, como queriendo no
quedar atrás en esa irresponsable subasta de sueños y sentimientos en la que se
han embarcado los independentistas.
También está Albert Rivera, pasado de vueltas, como siempre,
dando pedales en el vacío como esos acróbatas de la jaula esférica de los
circos, capaces de caer a plomo desde lo más alto por su mala cabeza, seguido
de toda una corte de aduladores que, por puro egoísmos nunca se han
atrevido a decirle que, como rey, estaba tan desnudo como empezó su carrera. Un
Rivera que, en un intento desesperado de desviar la atención de su fracaso, aparece
ahora con un perrito, como si de una rancia Herta Frankel sobre fondo naranja
se tratase. Vamos, peor aún que ese lamentable Vamos Ciudadanos que nos regaló
en la hasta ahora última campaña.
No me olvido, claro, de la dignidad del representante del PNV,
Aitor Esteban ni del esfuerzo de Íñigo Errejón, un esfuerzo digno de mejor
escenario, lleno de propuestas positivas, que una y otra vez me lleva a
lamentar que la materialización del 15-M quedase en manos de Pablo Iglesias y
no en las suyas.
Estamos, en fin, ante un nuevo desbarre electoral que nos
llevará de nuevo a una pesadilla o, quién lo sabe, a una salida digna si es que
los “demoscopistas” se equivocan, cosa difícil, al menos todos a la vez.
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