Parece que los tiempos no son los mejores, si no para los
liderazgos, sí para los líderes al viejo estilo. La lucha despiadada por el
poder dentro de los partidos, como el sueño de la razón, que decía Goya,
produce monstruos y, en cuanto vienen mal dadas o, por el contrario, cuando la
gloria parece cercana, aparecen los "pepito grillo" y los díscolos
que tienen el diagnóstico y la receta para todos los males de su partido, un
partido que, a veces, han hundido ellos mismos.
Nos lo ha demostrado José María Aznar, que, desde su
gabinete de FAES, nada que envidiar al del siniestro Doctor Caligari, anda
"echando una mano" al partido que preside honorariamente, en forma de
patadas en el ya maltrecho culo de Rajoy, el mismo que bendijo como
todopoderoso sucesor, el que perdió, como él, dos elecciones, antes de llegar a
la Moncloa, más que por méritos propios, por los deméritos de Zapatero.
José María Aznar ha hablado como un Zeus tomentoso y ha
lanzado sus rayos contra la dirección de su partido al que dice ver peor que
nunca y los ha hecho en un mal momento, el peor, porque a menos de tres meses,
de unas elecciones generales, nadie osa abrir la boca, al menos en púbico,
porque nadie quiere correr el riesgo de ir bien colocado en unas listas en las
que el orden va a estar más reñido que nunca. Lo paradójico es que Aznar tiene
razón, porque el PP, acosado por la corrupción, la sangría de votos, los
batacazos electorales, la falta de ideas, su desconexión de la calle y en manos
de un líder cobarde y simple, instalado desde hace meses en el peor de los
ridículos, nunca ha estado peor. Tiene razón, pero n tiene buenas intenciones,
ni para el PP ni para España. Tiene razón, pero, descalificando así a su delfín
sin proponer soluciones o alternativas, tal parece que estuviese preparando su
regreso.
Sin el dramatismo del PP, donde ya se huele la sangre y se
escucha afilar los cuchillos, en el PSOE tampoco corren buenos tiempos, pese a
que el desastre del PSC en las elecciones del domingo no ha sido tan terrible
como algunos pronosticaban y vuelve a hablarse del partido como receptáculo del
voto útil de la izquierda, sigue desorientado y enredado en un lío de banderas
y una competición, así lo parece, por ser más español que nadie. Lo ha dejado
claro Susana Díaz, que no ha tardado ni dos segundos en reclamar un liderazgo
que devolviese a los españoles a los tiempos, en clara alusión a Felipe González,
en los que, según sus palabras, se
reconciliaron con su pasaporte, como si quisiese marcar distancias con Pedro
Sánchez con el que vino a hacerse la foto de familia tras las catalanas.
Liderazgos endebles que se inflan y se desinflan en meses,
semanas o días. Y, para ello, no hay más que fijarse en un Mas triunfador
abatido en sólo unas horas, las que tardo en comprobar que no tenía por sí sólo
la mayoría necesaria para repetir presidencia y resucitado de entre sus
cenizas, una vez que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña le ha
otorgado la palma del martirio al señalarle como imputado por la consulta de
hace meses,
Liderazgos que iluminan como bengalas y que se extinguen lánguidamente
si no se saben administrar como es el caso de Pablo Iglesias cuestionado ya por
el fondo y por las formas, que no acaba de despejar las incógnitas que abre su
indeterminación, que controla con mano de hierro envuelta en guante de seda el
aparato de su organización y que parece no querer ver que su éxito radicó en
que supo aunar el descontento de una izquierda desencantada y dividida que, por
fin, parecía haber encontrado el modo de dar utilidad a su voto. Pero, de eso,
queda ya poco y si no despabila de aquí a diciembre, corre el peligro de echar
sus sueños, y los nuestros, por la borda.
Y, frente a todos, Albert Rivera, el líder de Ciudadanos,
que, al menos en Cataluña, parece haber sabido rentabilizar su liderazgo, paradójicamente,
por haber sabido compartirlo. Quizá en so radica el secreto, porque, cuando el
liderazgo, es algo que hay que disputar y defender, cuando los asuntos internos
de un partido se imponen a los problemas de la gente que dice querer
solucionar, mal asunto.
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1 comentario:
Muy bien analizado...
Saludos
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