Desde que el pasado siglo los Estados Unidos se desangraron
en guerras absurdas que, como la de Vietnam y sus secuelas, se llevaron sin la
gloria de la primera o la segunda guerra mundial a una gran parte de su
juventud, los señores de la guerra han hecho todo lo posible para no
enfangarse en otra jungla a miles de kilómetros de casa. Lo hicieron en Irak,
en esas dos guerra sin frente, ganadas desde el aire, en las que las fuerzas
terrestres se limitaron únicamente a ocupar el territorio, machacado ya por las
bombas y a convertirse, eso sí, en blanco de lo que antes llamábamos
resistencia o, por qué no, guerrilla y que, desde hace tiempo y gracias a las
televisiones, hemos dado en llamar terrorismo.
La segunda guerra de Irak, en la que se hizo
desaparecer a un estado, tiránico, pero al fin y al cabo estado, con su
ejército y su policía, para sustituirlo por los mercenarios de Black Water
-nunca un nombre comercial dijo más, al menos en español, sobre la empresa que
lo lleva- y por todo un entramado de empresas y contratas, que, desde entonces,
hacen su agosto con la miseria y la sangre de los iraquíes, víctimas de Sadam,
antes, y víctimas, ahora, de quienes le derrotaron, controlando y saqueando,
las riquezas del país.
Desde que la sociedad norteamericana asistió horrorizada al
goteo de bolsas negras que todos los días traían a casa los cadáveres de críos
de apenas veinte años o al regreso de quienes iban a Vietnam más o menos
idealistas y volvían desengañados, enganchados a la heroína y repudiados por
esas sociedad que les envío a esa humillante guerra, desde entonces, los
grandes ideólogos de las guerras, que son siempre los mismos y se mueven por lo
mismo, han cambiado de estrategia. Ahora la mecha de las guerras se prende en
los platós de televisión, con los mismos intereses, que no son otros que la
venta de armamento y el saqueo de las riquezas del país atacado.
Lo que ha cambiado es el color de los uniformes, que ya no
es el de las tropas norteamericanas, sino el de los insurgentes, rebeldes o
como se les quiera llamar que actúan reforzados por las armas y los fondos que
les proporciona el amigo americano, sin importar los fines o la ideología que
les mueve, sólo la posibilidad de que devuelvan el favor en forma de petróleo o
cualquier otra materia prima.
Desde que en Afganistán los talibanes y Bin Laden actuaron
"por poderes" en favor de los intereses norteamericanos, el modelo se
ha repetido hasta la saciedad, utilizando facciones rebeldes e, incluso,
fanatizados grupos religiosos para debilitar los regímenes del cercano oriente,
a veces por iniciativa de Israel, sembrando una inestabilidad que va en
beneficio de sus intereses,
A veces los cálculos se hacen mal y esos conflictos quedan
fuera de control, como en el caso de Libia o Siria, dando como resultado el
martirio de la población civil que queda atrapada entre dos fuegos, sufriendo
las atrocidades y el hambre de una guerra que se prolonga durante años, sin que
quienes encendieron la mecha quieren intervenir, más allá de efectuar
bombardeos de castigo, para no correr el riesgo de "vietnamizar" el
conflicto.
A veces, las víctimas de esos conflictos ya no pueden más y
eligen jugarse la vida en largas travesías por tierra o por mar, en lugar de
esperar a que el hambre u otro bombardeo pongan fin a su dolor. A veces
consiguen su objetivo y llaman a nuestras puertas. A veces consiguen ser
atendidos y a veces son rechazados, pero siempre sacuden nuestras conciencias,
nos hacen reflexionar o, al menos, deberían hacernos reflexionar sobre esas
nuevas guerras, con actores interpuestos, de las que siempre se benefician los
mismos y en las que, también siempre, las víctimas son idénticas.
Y, cuando horrorizados vemos llamando a nuestra puerta a las víctimas de esas nuevas guerras, lo único que se nos ocurre es aumentar la ración de bombas, sin poner sobre el terreno a quienes podrían devolverles la dignidad en su propia casa.
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1 comentario:
Muy buen artículo...
Saludos
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