jueves, 12 de abril de 2012

Y, AHORA, LOS GRILLETES


Como haría un viejo boxeador que conoce sus limitaciones, el Gobierno nos tiene arrinconados y ocupados en tratar de sobrevivir a los golpes que, en forma de recortes y subidas, va descargando en nuestro costado, mientras aguarda el momento de propinarnos en el mentón el golpe de gracia que nos deje fuera de combate, pero teniendo claro que el rival, nosotros, entraña peligro mientras sigue en pie. Los recortes, las marrullerías en forma de amnistía fiscal, las subidas de precios, como la más que desproporcionada del transporte en Madrid, el desmantelamiento del empleo en el sector público y demás maravillas nos tienen ya sin resuello, al borde del KO, pero ahí estamos.
Lo que ocurre es que, después de haber entregado al PP las llaves del país con una mayoría absoluta tan poco representativa como peligrosa, el pueblo golpeado comienza a revolverse en el rincón de la calle, devolviendo alguno de los golpes. Y, claro, el gobierno que, con la mayoría absoluta en el Parlamento, tiene las llaves para cambiar el reglamento, quiere al rival en el rincón, a merced de sus golpes, atado y amordazado recibiendo uno detrás de otro, cada uno de sus golpes.
El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, experto en los asuntos de la porra tras su paso por el gobierno civil de Asturias y, posteriormente, Barcelona sabe que, con los derechos que otorga la democracia en la mano, la calle no es completamente suya. Y sabe también que, con las herramientas que ponen a nuestra disposición las nuevas tecnologías, la capacidad de movilización y la posibilidad de aportar pruebas de los abusos policiales, la calle es un barril de pólvora al que, continuamente, el Gobierno arrima el ascua de sus arbitrariedades.
Por eso, con la inestimable colaboración de Gallardón, otro nostálgico del antiguo régimen, Alberto Fernández Díaz quiere mandar a chirona a quienes hagan en la red onvocatorias que puedan acabar en incidentes. Y qué convocatoria puede no acabar así si se siguen infiltrando provocadores -habría que saber quién y desde qué despacho los infiltra- y se siguen cometiendo excesos policiales.
También pretende que acaben en la cárcel quienes ejerzan la resistencia pasiva, el arma con que Gandhi  recuperó la corona del Imperio Británico, la India, para los indios, la misma con la que Martin Luther King conquistó para los negros los derechos humanos, hasta hacer posible que un negro presida los Estados Unidos.
Y no es que Fernández Díaz y sus compañeros del gobierno desprecien el valor de esos derechos, todo lo contrario. Saben que con la resistencia pasiva se puede cambiar el mundo y saben que la primera obligación de alguien con conciencia es la de oponerse a las leyes injustas. Supongo que sabe y, si no, le recomiendo que repase la historia de "los cuatro de Greensboro", aquellos cuatro estudiantes negros que, con el mero gesto de sentarse pacíficamente en la barra sólo para blancos de la cafetería de unos grandes almacenes dieron el primer paso para cambiar las injustas leyes racistas de Carolina del Norte. Eran nietos de esclavos y querían los mimos derechos que los blancos que, como ellos, nacen desnudos.
Hoy, hay quien pretende convertir España en una plantación llena de esclavos de todos los colores, incluidos los blancos. Ya han creado las condiciones o van camino de hacerlo. Les falta ponernos los grilletes, pero Jorge Fernández Díaz ya está trabajando en ello. De momento, más de uno ya está engrasando el correaje.


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