Resulta enternecedor comprobar con qué interés se apresta el
Gobierno a defender los intereses de Repsol en Argentina, ahora que le ha sido
expropiada la petrolera que compró a precio de saldo cuando a aquel país le
iban las cosas como a nosotros ahora. No sé qué delirio trasnochado,
románticamente solidario e izquierdista ha podido llevarme a pensar que es más
trascendente para los ciudadanos y debería preocuparle más el futuro de la
escuela pública en nuestro país. El caso es que lo pienso y por ello creo que
Rajoy y sus ministros, y cada día más, se empeñan en demostrar que anteponen
los intereses de unos pocos a los de la mayoría, entre la que se encuentran,
también, bastantes de sus votantes.
Hablan los ministros de inseguridad jurídica para la empresa
y sus accionistas y olvida la que supone para quienes pagan sus impuestos,
esperando, a cambio, la prestación de unos servicios públicos y de calidad.
Pero no sólo hablan los ministros que, al fin y al cabo, lo hacen como parte
afectada, de sobra sabemos en qué consejos de administración acaban los
ministros cuando se " jubilan". También lo hacen la prensa y sus
sesudos expertos, a los que parece no preocuparles que los niños españoles
vayan a hacer un viaje atrás en el tiempo que les depositará en aulas
abarrotadas con profesores agotados y mal pagados, como en los mejores tiempos
del franquismo.
El impresentable ministro Wert que, como bufón de tertulia,
cumplía su función ha entrado en escena como un Freddy Krueger, armado de su
motosierra gore y dispuesto a despedazar un sistema del que, con sus más y sus
menos, podíamos sentirnos orgullosos.
Ayer, recubierta de azúcar, nos dio a tragar la almendra
amarga de los recortes que ha decidido para la escuela pública, insistiendo
cínicamente en que aumentar las horas lectivas de los profesores y el número de
alumnos por aula no va a afectar directa, indirectamente y no sé cuantos
adjetivos lubricantes más a la calidad de la enseñanza. Todo, insistió el ministro,
en aras de la eficiencia.
Y ahí está la trampa, porque para estos neoliberales del
egoísmo ser eficaz es ser barato, sea cual sea el resultado.
Quienes han hecho los cálculos hablan de que podríamos
volver a los cuarenta alumnos por aula de tiempos ya superados y de que podrían
llegar a cien mil los profesores que no viesen renovados sus contratos, algo
que, pese a lo que diga el ministro y más en un sector en el que la interinidad
es crónica, se traduce en cien mil despidos. Una circunstancia que tendrá como
consecuencia que no se cubran las bajas y a que un profesor tenga que hacerse
cargo de dos clases o cosas peores.
En fin, que lo que propone el ministro y está dispuesto a cumplir,
haciéndose trampas en el solitario de la ley, me recuerda mis tiempos de
párvulo y alumna de primaria. Tiempos en los que la figura del maestro era más
que respetada, tiempos en los que los alumnos venían más o menso educados y
poco consentidos de casa y tiempos en que la autoridad, autoritarismo en
algunos casos del maestro, era ley que, en ocasiones, se acompañaba con varas y
palmetas.
Hoy, encerrar a más de una treintena de chavales inquietos y
respondones, armados de móviles y "plays", excitados e incitados por
un cine más que violento, sin los códigos de honor que, mal que bien,
incorporaban las "películas del oeste", puede llevar a la
desesperación de muchos profesores, cuando no, y eso sería mucho peor, al
pasotismo.
Cuando se pretende convertir un supermercado moderno y
limpio con precios asequibles en un "todo a cien", lo primero que
muere es la calidad del producto, amén de la higiene y las garantías. Y a eso
vamos al "todo a cien" para quien no pueda pagarse las Mantequerías
Leonesas.
Por eso me mosquea que la prensa esté más ocupada y preocupada
por el futuro de Repsol y sus accionistas que por el de la educación de los
españoles del futuro.
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