Quien vive en una comunidad de vecinos seguro que alguna vez
ha tenido que enfrentarse a la quiebra de la caja común o, cuando menos, a la
necesidad de inyectar dinero para hacer frente a los pagos habituales y, muchas
veces, a necesarias reformas. Pues bien, ese microcosmos que, al fin y al cabo,
es una comunidad de vecinos sirve para explicar de alguna manera el universo
económico de un país.
En todo país, especialmente en España, hay
"vecinos" al corriente de pago y otros, los morosos, que no lo están.
Pero también hay, especialmente en los edificios grandes y antiguos, vecinos de
muchas categorías. Los hay que viven en lo que se ha llamado siempre "el
principal", el más cómodo cuando no había tanto tráfico y tampoco
ascensores. Están luego quienes viven en las plantas, digamos, más normales, y
quienes viven en buhardillas y apartamentos resultantes de la división
especulativa de viviendas más grandes. Pero también hay quienes, a nivel de
calle o en cualquiera de los pisos, tienen negocios y despachos abiertos al
público.
No sería justo, y no lo es, que todos esos vecinos pagasen
una mensualidad para los gastos de la comunidad igual o parecida, porque no
todos disfrutan de los mismos metros cuadrados ni todos sacan beneficio de su
propiedad. Por eso, se suele equilibrar ese recibo a pagar, adecuándolo a esas
circunstancias. Pero no siempre es así y eso es lo que está pasando en nuestro
país.
Hay quien pretende que las buhardillas que, en ese edificio
imaginario que podría ser España, ocupan jubilados, pensionistas, parados y
enfermos se queden sin el ascensor del Estado de Bienestar que les permite
bajar a la calle de la vida y subir hasta el penoso fin de mes. Pero, claro, a
los del principal, a los del bufete de abogados, los comercios de lujo que dan
a la calle y al dentista del Primero B no les apetece nada pagar ese ascensor
que no necesitan. Los vecinos más "pudientes" son partidarios de no
gastar un céntimo gastar en cosas que ellos consideran innecesarias. Eso, si no
amenazan con cerrar el piso y marcharse, dejando a la intemperie al resto de
vecinos.
Sin embargo llega un momento en el que, hasta para hacer
frente a lo imprescindible, es necesario meter más euritos en la caja de la
comunidad. Es entonces cuando aparece la temida derrama. Ese gasto extra con el
que hacer frente a las deudas y los costurones que hay que hacerle al edificio.
En el caso de nuestro ejemplo, España, la derrama va a ser el incremento del
IVA, pero al encargado de anunciarla, que había jurado una y otra vez que nunca
haría una, le dio miedo la palabra y decidió inventarse una: la
"componderación" que, por mi parte, colocará junto a su
"Alamín".
De lo que no habla, ni en verso ni en prosa, es de meterle
mano al patrimonio de los del principal, ni de cobrarles el recibo a los
sumergidos del sótano, ni, mucho menos, de hacer que paguen más quienes se
están llevado una pasta por los boyantes despachos y negocios que tienen en el
edificio.
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