Vivimos demasiado. Lo decía abiertamente en una reciente
nota el FMI, pero lo vienen pensando desde hace tiempo nuestros dirigentes,
especialmente algunos: vivimos, nosotros, no ellos, demasiado y no sólo eso,
además somos muy caros.
Ese mundo "feliz" que pretenden los neoliberales
que se han hecho con el poder en Europa, "cracks" de la Economía que
actúan como mercenarios o como esos futbolistas galácticos a los que no les
importa el color de la camiseta del equipo en que juegan, sino sus cuenta de
resultados, en ese mundo, insisto, no hay lugar para la solidaridad, la
justicia social o la compasión. Todo lo que cuesta y no produce no es eficiente
y, por lo tanto, sobra.
Quienes vamos teniendo edad y achaques como para haber
dejado de creer en el mito de la inmortalidad que camina de la mano de la
juventud hemos amanecido sobresaltados por la noticia filtrada en Méjico de que
los pensionistas tendrán que pagar un diez por ciento de los medicamentos que
consumen, hasta un tope, según versiones, de 10 o 18 euros. Y os aseguro que los pensionistas, para muchos de los cuales, ocho o dieciocho euros suponen no llegar a fin de mes, consumimos muchos medicamentos: nada menos que
el 80% del total. A cambio, se nos dice que los apenas 250.000 españoles que
ganan más de cien mil euros al año tendrán que pagar el 60% de su consumo en farmacia,
en tanto que el resto de los mortales, incluidos los parados, habrán de abonar
el 50% de sus recetas.
Es injusto, cruel e injusto, porque cualquier experto en
salud -ojo, he dicho en Sanidad, no en gestión de la Sanidad- sabe muy bien que
cualquier traba que se imponga a esa parte más vulnerable de la población que
son, en primer lugar, los enfermos, pero, también, los pensionistas y los
parados, demasiados por desgracia., acabará expulsándoles del sistema y del
hábito sanamente adquirido de acudir a la consulta y seguir los tratamientos
apropiados cuando la enfermedad es incipiente y, por tanto, más fácil y más
barata de combatir.
Si las cosas se hacen como parece que se pretende hacerlas,
aumentarán los ingresos hospitalarios y, con ellos, el gasto sanitario. Del
mismo modo que se deteriorará la salud general del país, volverán epidemias
olvidadas y una sola de ellas, la gripe que nos visita más de una vez al año,
causará estragos.
¿Será eso lo que pretenden el Gobierno y sus asesores?
Parece como si quisiesen acabar de una vez por todas con toda esa morralla
humana que arrastra sus pies cansados por los ambulatorios, con sus problemas
renales, respiratorios o cardiacos. Es una especie de solución final para podar
las ramas secas de la población.
Lo curioso es que esta medida va a ser de difícil y cara ejecución.
Para ponerla en práctica, va a ser preciso rehacer unos cuantos millones de
tarjetas sanitarias que habrán de ser además mucho más complejas y caras -se
habla ya de un coste de 900 millones de euros- y, además, se va a obligar a los
enfermos crónicos a adelantar el pago de aquellos medicamentos cuyo importe
exceda del tope mensual establecido.
A partir de ahora, no sólo va a ser dolorosos estar enfermo,
también va a ser caro y complicado. Sería más humano que a los ciudadanos que,
pese a haber cotizado y pagado nuestros impuestos durante años, hemos dejado de
ser eficientes y rentables, se nos metiese en vagones de ganado para llevarnos
a esas duchas de las que nunca se regresa. Eso, o tener la decencia de ahorrar
en lo que hay que ahorrar y subir los impuestos a quienes hay que subírselos.
Pero eso sería pedir demasiado, porque está claro -no hay más que ver su
comportamiento en el asunto Repsol YPF- que el poder gobierna para los
poderosos y no para los ciudadanos.
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