Creo que, como el personaje de Pepe
Isbert en “Bienvenido Míster Marshall”, os debo una explicación y os voy a dar esa
explicación que os debo.
Quienes hayáis seguido este blog
desde sus comienzos sabréis que nunca he faltado a la cita que diariamente me
impuse con la página en blanco y de hecho, cuando decidí hacer este viaje a
Cádiz que me ha traído a un paraíso interior de serena felicidad, me pertreché,
como todo Tintín de estos tiempos que se
precie, de toso los “apechusques” para seguir conectado al mundo y para
asomarme de vez en cuando a vuestras pantallas. Sin embargo, aquí he
descubierto que el mundo podía seguir
girando y, de hecho, ha seguido girando sin mí todos estos días. Y no sólo eso.
Yo mismo he seguido girando sin el mundo o, mejor dicho, sin esa sensación de
gravedad y trascendencia que, demasiado a menudo, nos llena la cabeza de asuntos
que, al final, apenas tienen una importancia relativa.
Aquí, en la bahía de Cádiz,
sintiendo más que viendo el Atlántico, y dejándome embriagar por la música de
esta música tan peculiar que tiene el
habla de los gaditanos, he descubierto que puedo ser feliz y hacer felices a
los demás y que lo “trascendente” puede esperar, en tanto vivimos hasta el
último aliento lo cotidiano que es lo que verdaderamente importa.
Eso sí, entrar en esta senda llena de
momentos felices no implica y, naturalmente, no va a implicar en mi caso, el olvido de los demás ni,
mucho menos, el descuido que lleve a dañar
a los demás, ni siquiera involuntariamente.
Ahora mismo no sé cómo he llegado
hasta aquí, pero os aseguro que estoy satisfecho y encantado de haber hecho el
camino.
1 comentario:
Disfruta, Javier.
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