Hace ya un tiempo que el rey no se ríe. No me extraña,
porque, la verdad, razones le van quedando pocas. La buena salud de que hasta
ahora ha disfrutado la monarquía en España parece agotarse al tiempo que se
deteriora la del propio rey. Y es que el escándalo desatado a propósito de los
"negocios" emprendidos, presuntamente, por su yerno Iñaki Urdangarin
ha puesto en tela de juicio la prestigiosa trayectoria del monarca desde que
asumiera la jefatura del Estado hace treinta y seis años.
Mucho se ha escrito sobre la necesidad de que D. Juan Carlos
dejase paso a su hijo Felipe en el trono y. la verdad, ese debate, abierto
artificialmente, no había llegado a prender en la opinión pública, gracias al
prestigio y la popularidad del rey que, ahora, corre peligro.
No hay nada peor que hacer las cosas tarde y forzado por las
circunstancias. Hoy mismo hemos sabido por EL PAÍS que la Casa Real emprenderá
medidas para hacer transparentes sus cuentas. La medida llega tarde, porque
nadie va a poder olvidar que esa "glasnost" en Zarzuela, al igual que
el "ere" que podría acortar la plantilla la Familia Real, llegan
tarde y su efecto balsámico para la imagen de la institución está de sobra
amortizado.
Sin embargo, no hay que dejar de hacerlo. Tampoco tendría
sentido que el rey abdicase en su hijo en medio de la tormenta. Su obligación
es ajustar, limpiar y pulir la corona para garantizarle unos años más de
supervivencia. Si el rey tuviese ahora la tentación de abdicar, se equivocaría
gravemente, porque dejaría a su hijo sentado sobre una bomba de relojería o, al
menos, sobre un saco de estiércol en un momento en el que el país se debate en
la mayor de las crisis económicas recientes.
La obligación del rey es sanear la corona, pedir perdón si
es menester y bendecir lo que la justicia decida para su yerno. Sólo así
conseguirá taponar la hemorragia de prestigio que se le viene encima, que
podría acumular todo el acumulado desde la transición.
Me contaron que, cuando apenas era un adolescente, en una
comida con un grupo de periodistas, el príncipe Felipe, respondiendo a una
pregunta sobre el futuro de la monarquía, dijo sonriendo que lo único que pedía
es que, si los españoles decidían ponerle fin, le avisasen con tiempo. No sé si
ese momento ha llegado ya. Lo que sí sé es que él y su padre van a tener que
actuar con tanto tacto como firmeza, porque han saltado todas las alarmas, No
hay más que ver lo poco que sonríe el rey.
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