Aún no ha tomado posesión el gobierno de Rajoy, ni tan
siquiera tiene caras, y ya comienzan a escucharse los lamentos y el rechinar de
dientes. Y es que a menos de dos semanas de las elecciones ya hay arrepentidos
que ven como se confirman los peores presagios, sin que, a cambio, hayan
aparecido los brotes verdes de esa felicidad tan sobada por el futuro
presidente de los españoles en sus discursos electorales.
Más bien y si el espíritu navideño y las luces de colores
fríos y sedantes con que ya han saturado el cielo de nuestras no lo remedian,
la calle corre el peligro de incendiarse ante los primeros pasos que dé el
nuevo gabinete. De momento, el tratamiento de choque que aplicara el partido
conservador se experimenta en cobayas tan diversos como catalanes, extremeños o
castellano manchegos, porque los unos y los otros ya han comenzado a sentir en
su piel la frialdad de las tijeras que los populares han pedido a los Reyes
Magos para podar nuestro, a su juicio, desmedido estado de bienestar.
Espero que, de sus encuentros con la patronal y los
sindicatos mayoritarios, Rajoy haya extraído conclusiones más realistas y menos
demagógicas que las que han adornado su discurso hasta ahora.
Desde luego no cuadra su intención esgrimida como promesa
electoral de crear puestos de trabajo con los recortes presupuestarios llevados
a cabo en Madrid, Castilla La Mancha y Galicia que han arrojado al paro a
millares de trabajadores de la administración o las empresas que contratan con
ella. Administrar es algo más que sumar o restar, pero parece que ese
pensamiento no ha llegado aún a la cabeza de quienes ganaron tan
abrumadoramente las pasadas elecciones.
Difícilmente se van a crear puestos de trabajo si no se
engrasa la herramienta del crédito. En otros tiempos bastó con vender las
fincas de la familia para llenarlas de apartamentos y adosados, pero ya no
queda quien pueda o quiera comprar ladrillos en este país. Tampoco queda apenas
industria de la de siempre ni se crearon los nichos de empleo tecnológico tan
cacareados por unos y otros, Más bien al contrario, se ha comenzado a
desmantelar parte de la infraestructura que tan buenos resultados ha dado para
España en algunos campos de la Ciencia.
Ahora nos quejamos y, por ejemplo, la Izquierda, Desunida
ya, de Extremadura niega su apoyo a los presupuestos del gobierno conservador
que ellos mismos llevaron a Mérida cogido de su mano. A unos pocos centenares
de kilómetros de allí, en Castilla La Mancha, los funcionarios comienza a
inquietarse y a quejarse con razón, porque se les rebaja el sueldo en un tres
por ciento, mientras se les aumenta la jornada laboral casi en la misma
proporción, porque su presidenta, María Dolores de Cospedal ha cambiado la
vieja consigna de la patronal de "más rato, más barato", por esta
otra mucho más agresiva; "más rato y más barato". A cambio se priva a
los altos cargos de su coche oficial y de alguna paga extra, sin que sepamos
que tan austera jefa de gobierno haya pensado siquiera en devolver alguno de
los tres sueldos que anduvo cobrando en los tiempos que nos han traído hasta
donde estamos. Los madrileños, por nuestra parte, tenemos ya el culo
acostumbrado a las patadas arbitrarias que nos da quien cada cuatro años sale
victoriosa y bendecida por los votos de una de las sociedades más pasivas y
menso críticas que conozco. Y qué decir d los catalanes que dieron su apoyo a
los mismos que arrasaron el pacífico campamento del 15-M en Plaza Cataluña y
están dejando en el chasis su en otro tiempo digna de orgullo sanidad, con
muertes inexplicables incluidas.
No dudo que unos y otros tengan derecho al pataleo, a
quejarse y a incendiar la calle si así lo estiman oportuno. Pero yo no puedo
dejar de gritarles ¡Haberlo pensado antes!
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