miércoles, 7 de diciembre de 2011

ILUSIONES


Nos han "vendido" que estas que vienen son fechas para la ilusión. La idea, una obra maestra del marketing, consiste en hacernos creer que volvemos a ser niños y que, de nuevo, nos está permitido soñar. Son unas fechas en las que, siguiendo las consignas, nuestro corazón tiene que estar rebosante de "buenos deseos y ganas de compartir", mientras que nuestra cartera está desolada y vacía.
Todos los años, por estas fechas, vuelven a contarnos todos esos tristes cuentos de casas sin pavo o sin turrón, de cerilleras que, ateridas de frío, sueñan con la madre que perdieron, o de amos gruñones a los que se les enternece el corazón. Cuentos tristes, pero con final feliz. Porque ese es el truco, iluminar con una sonrisa, una buena o un final feliz, el desconsuelo diario.
Ayer tuve la oportunidad de comprobar cómo la gente se defiende aturdiéndose con ilusiones. Anduve por la Cuesta de Moyano a la búsqueda del milagro de encontrar "El tiempo amarillo", las deliciosas memorias, inexplicablemente descatalogadas, de Fernando Fernán Gómez, y tuve la suerte de encontrarlas, eso sí, en la última caseta de esa entrañable feria del libro permanente que tiene Madrid. Cumplida la ilusión con el milagro que me va a permitir compartir esa lección de vida, me encaminé a la coqueta librería que unos amigos han abierto en San Onofre, para celebrar con cava y empanada, -es ironía, claro- los treinta y tres años de constitución -sí, en minúsculas- y fui dando un paseo por este Madrid que tan guapo sabe ponerse algunas mañanas de invierno.
Hice el recorrido lógico y dejé el Paseo del Prado y la verja del Botánico para subir hacia Sol por la Carrera de San Jerónimo, en la que algunas personas, no demasiadas, esperaban entre la curiosidad y la devoción la entrada de "sus" políticos a la tradicional recepción del Congreso, para repartir, como si estuviesen en la andanada del siete, aplausos y abucheos a quienes llegaban. Coincidió mi paso con la llegada de Rajoy -me enteré porque así se lo anunció un padre a su pequeño, mientras le alzaba para que lo viese, y me sorprendió el poco entusiasmo que despertaba entre la gente, después de haber "barrido" a los socialistas en las pasadas elecciones. Qué poco dura la ilusión, pensé. Incluso a Aznar le aplaudían más.
Seguí mi camino y, tras tomar mi dosis de café con leche de media mañana, en mi cafetería preferida de la calle del Carmen, subí hacia la Gran Vía y me di de bruces con la perenne cola de la lotería de "Doña Manolita", una cola que tiene sitiadas las entradas y los escaparates de El Corte Inglés y la FNAC. Fue entonces cuando pensé que puestos a pesar ilusiones, esta última tira más del plato de la balanza que la de nuestros políticos. Y eso que, en ambos casos y desgraciadamente, la decepción está garantizada. Porque, con la que está cayendo, quién otorga margen de maniobra al próximo gobierno y porque quién puede pensar que va a tener más posibilidades de llevarse el gordo por hacer horas de cola en una calle de Madrid.



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