Poco ha tardado Ana Mato en confirmar los peores presagios
que hacían temer que, en su mandato como ministra de Sanidad, Consumo y Asuntos
Sociales, la ideología lo iba a empapar todo.
Le ha bastado ponerse delante de los micrófonos para
condenar el penúltimo crimen machista para demostrar que su modelo de mujer,
como el de Ana Botella, es el de Cenicienta. Con haberse ajustado a los términos
en que está redactada la ley contra la violencia de género, hubiese quedado
"como una reina", pero a esta gente le pesan tanto, no ya su
ideología o sus creencias, sino su afán de evangelizar al resto de la sociedad
que tienen que dejar esa impronta en todo lo que dicen o hacen.
Espero que su contumacia en llamar "violencia en el
entorno familiar" a lo que no es más que el crimen cometido por un imbécil
que no se resigna a asumir que la mujer cuanto más libre más hermosa se vuelve
y más vale su cariño.
Mal síntoma éste, cuando, si algo ha quedado claro es que la
lucha contra la violencia de género es de toda la sociedad y es,
fundamentalmente, cultural. Sin embargo y sin olvidar el valor que tienen las
palabras, no debemos enredamos en discutir si son galgos o son podencos. Cada
minuto que perdamos en esa lucha estéril, cada esfuerzo, por pequeño que sea,
desperdiciado en ella, son un minuto o un esfuerzo que mejor haríamos en
emplear abriendo el debate a nuestro alrededor, corrigiendo en nuestros
adolescentes esos pequeños gestos que anuncian comportamientos despóticos y
sumisiones que, llevados al límite, acaban en violencia.
Los medios de comunicación harían bien en no dejarse llevar
por el tobogán de la polémica y harían mejor en cuidar que sus contenidos o los
que ofrecen las empresas que los soportan no favoreciesen la cultura de
príncipes, ogros y cenicientas.
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