Quizá sea porque yo mismo soy algo llorón, pero he de
confesaros que las lágrimas de la ministra Elsa Fornaro ante el parlamento en
Roma, escenario de tanto vodevil como ha dado la reciente política italiana, no
sólo me han conmovido, sino que me han reconfortado.
Tanto nos han demonizado la figura de los tecnócratas que no
éramos capaces de esperar de ellos un gesto de humanidad como el que tuvo ayer
Elsa Fornaro cuando rompió a sollozar al anunciar las duras condiciones en que
se jubilarán a partir de ahora los italianos.
Me hubiese gustado ver la expresión de Berlusconi, il
cavaliere de las jóvenes y caras vellinas, ante la grandeza de una mujer
incapaz de contener su emoción ante el dolor, la decepción y la indignación que
acabarán produciendo sus medidas.
Cuánto me gustaría contemplar un gesto parecido en María
Dolores de Cospedal o, más aún, en la imperturbable Esperanza Aguirre, incapaz
de emoción alguna, salvo que tenga que ver con su salud o el recuerdo de los
suyos, Más bien al contrario, parece disfrutar con el mal de aquellos a quienes
desprecia que, para nuestra desgracia, son cada vez más.
Está claro que tenemos que acostumbrarnos, si no lo estamos
ya, a las malas noticias. Y es que todas las borracheras conllevan la
penitencia de la resaca y más cuando el alcohol que nos han servido era
garrafón. Me gustaría saber dónde están ahora todos aquellos que ponían a la
sumergida Italia como ejemplo a seguir, Me gustaría saber qué cara se les ha
puesto al escuchar como el presidente Monti, que acaba a renunciar a sus
sueldo, no anduvo con paños calientes a la hora de culpar a los propios
italianos de su desgracia.
Probablemente llega tarde, pero no deja de ser una buena
lección, porque, por mucho que haya quienes piensen lo contrario, poco importa
la categoría del camarote cuando se hunde el Titanic. Aunque, ahora que lo pienso
allí se salvaron más pasajeros de primera clase que inmigrantes de los que
viajaban hacinados en las cubiertas inferiores.
Sea como sea, son de agradecer, porque dan idea de lo que
suponen, las amargas lágrimas de Elsa Fornaro.
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