Cuánto me hubiese gustado que la primera alcaldesa de Madrid
lo fuese por haber sido elegida al frente de una lista, fuese la que fuese, en
vez de ser un recambio impuesto a los madrileños tras la "huída"
hacia el Gobierno de quien realmente fue el vencedor de las elecciones, pese a
haber hipotecado por muchos años el futuro de los madrileños.
Quien, hace ya unos años, impuso a Ana Botella en la lista
de Gallardón sabía lo que hacía, porque contaba con que la ambición del hoy
ministro de Justicia no conoce límites y le faltaría tiempo para cambiar el hoy
carísimo sillón de alcalde por otro con más posibilidades. Hoy las previsiones
se han cumplido y, con Gallardón sentado en su despacho de la calle de San
Bernardo, lo de ver a la señora con la vara de alcalde era sólo un trámite que
hoy se hace realidad.
Nadie puede defender que la esposa de Aznar haya hecho
méritos para estar donde está, porque su primera gestión al frente de los
Asuntos Sociales de la ciudad de Madrid fue de lo más chusco, con decisiones
como lo de llevarse la sede de la delegación a la calle más "pija" de
Madrid, convirtiéndola en vecina de una infanta, o con actitudes tan
lamentables como la de poner a Cenicienta como ejemplo para las mujeres con
razonamientos tan peregrinos como el de que "la cenicienta es un ejemplo
para nuestra vida por los valores que representa. Recibe los malos tratos sin
rechistar, busca consuelo en el recuerdo de su madre". Está claro que la
señora Botella no sufriría si las madrileñas anduviesen cargadas de escobas y
adornadas con los moratones consecuencia de los cariñosos golpes propinados por
sus "príncipes más marrones que azules", siempre que recuerden a su
madre y acudan puntuales a la misa de ocho.
En cuanto a su segunda y más reciente gestión, la de la
delegación de Medio Ambiente, no hace falta decir nada, basta con mirar su
cielo, desde el que haría falta algo más que un agujero para mirar esta ciudad
cada vez más sucia, si es que no somos tan prudentes como para pasear por las
calles que, pese a que todos somos hijos de dios y pagamos nuestros impuestos,
se limpian a diario más que las nuestras en una semana. Y eso que la recortada
recogida de basuras la pagamos dos veces, una en el IBI y otra como tasa.
Lo único que tengo claro es que, desde hoy, las
comparecencias tras los plenos del Ayuntamiento van a dar mucho juego a los
humoristas, porque la alcaldesa que nos ha caído encima y su escasa facilidad
de palabra van a dar más perlas que la factoría mallorquina de Majórica. Sin
embargo, preferiría un alcalde, o una alcaldesa, serios y eficaces, antes que
un personaje de zapping.
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