lunes, 3 de febrero de 2020

LA GRIPE CHINA


Estamos cansados de oír eso de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero no por manido el dicho deja de ser verdad, pues ese parece el destino del ser humano, de la especie humana en su conjunto: tropezar y olvidar.
Andamos sobreexcitados y, algunos, algo asustados por las consecuencias que pueda tener en nuestra vida o para nuestra vida la epidemia de coronavirus declarada en China, mejor dicho, en la provincia china de Hubeiuna, con cerca de cuatrocientas muertes y decenas de miles de contagiados. Y si estamos sobreexcitados y subrayo lo de "sobre" es porque alguien así lo ha querido informando "a la tremenda" y con escasa profesionalidad de lo que, en principio y sin que nadie pueda demostrar lo contrario, no sería más que una gripe virulenta, sí, pero no más mortal ni peligrosa por tanto que las epidemias de gripe que tenemos que soportar cada año.
La cifra de muertos y contagiados que se maneja en China no es mayor ni más preocupante que la que va a arrojar, sólo en España, la epidemia de gripe que empieza a instalarse en España ¿Por qué, entonces, toda esta alarma, por qué este despliegue informativo que tienen más de histérico que de servicio público, que es lo que cabría esperar en esta ocasión de medios responsables?
Se me ocurren muchas razones y todas tienen que ver con el dinero. La primera es la necesidad que las televisiones amarillas, no por chinas sino por poca o nula ética, que, con unos cuantos redactores y cámaras, mal pagados y sin apenas experiencia la mayoría, se pueden cubrir unos cuantos puntos, demasiados, informativos o no, con los que "rellenar" minutos y minutos de pantalla, reiterativos y desprovistos de más interés que tendría informar del tiempo con jóvenes redactores armados de paraguas o bolas de nieve.
Pudimos comprobarlo el viernes tarde, cuando una legión de periodistas con equipos móviles de televisión siguieron el recorrido de los españoles repatriados de Wuhan desde la base de Torrejón hasta el hospital Gómez Ulla, en el barrio, mi barrio, de Carabanchel, como si de paparazzi en pos de Lady Di o del seguimiento del paseo triunfal de un campeón de Liga se tratase. No quiero imaginar, tengo que preguntárselo, que pensó mi padre de noventa y seis años, si el paso de tan escandalosa caravana, coches, motos y sirenas, le pillo mirando por la ventana como acostumbra. No sé que pensaría él, pero sí sé lo que pensé yo al ver el circo completo durante casi una hora en una ventana de la pantalla en la emisión de La Sexta. 
El espectáculo me pareció repulsivo y degradante. Casi tanto como los reportajes sobre mascarillas que han contribuido a terminar con las existencias o las continuas insinuaciones hacia nuestros vecinos chinos, a los que algunos ya comienzan a mirar con aprensión y desconfianza. Raro es el programa de "actualidad" que en el que un redactor, micrófono en mano, nos cuanta a la puerta de un restaurante chino cómo ha disminuido la clientela desde que se supo de la epidemia, Ante esta forma de periodismo fácil, barato e irresponsable, me pregunto si haríamos lo mismo con los Burger King, los McDonald’s o los Starbucks si la epidemia tuviese su origen en los Estados Unidos. Seguro que no, como tampoco dejaríamos la pasta o la pizza si la fiebre fuese napolitana.
Hay un cierto poso racista en las reacciones de la gente y un tratamiento responsable o interesado en los medios, porque de todos es sabido que China es, o al menos era, la potencia económica llamada a suceder a Estados Unidos en el liderazgo mundial y que todo lo que pueda frenarla será bien recibido por los medios de comunicación inspirados o pastoreados desde los Estados Unidos.
Cuando hace casi cuatro décadas se desató la epidemia del SIDA la alarma era lógica, porque poco o muy poco se sabía de ella, hasta el punto de que prosperó la idea de que no era más que una plaga con la que el cielo castigaba a los "desviados" y costó años liberar del estigma que había caído sobre ella a la comunidad gay.
Hoy no es justo ni inteligente, salvo que existan intereses ocultos, estigmatizar a la población china por una enfermedad que no es suya, sino que proviene de una región de su país, una región que, al menos aparentemente, está bajo control, una enfermedad de la que ya se sabe mucho más de lo que se sabía del SIDA en los primeros años de la epidemia.
Hace poco más de un siglo, una epidemia de gripe, la "gripe española" la llamaron, sin que en España estuviese su origen, acabó con casi cien millones de personas, más que la Gran Guerra, en tiempos en que la gente, los jóvenes en especial, vivían hacinados en cuarteles y transportes militares, causando la mayor mortandad precisamente entre los jóvenes. Hoy, en que los viajes de miles de kilómetros se hacen en apenas una jornada, si no en horas, es imposible detectar una infección latente que, cuando da síntomas, ya ha saltado de país. Eso es lo preocupante. Por eso, sobre todo si las autoridades han reaccionado con el sentido común que lo ha hecho el gobierno español, lo mejor es seguir sus consejos y olvidarnos de lo que es poco más que un circo mediático del que nadie guardará memoria cuando a las televisiones deje de interesarles la "gripe china".


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