Estamos cansados de oír eso de que el hombre es el único
animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero no por manido el dicho
deja de ser verdad, pues ese parece el destino del ser humano, de la especie
humana en su conjunto: tropezar y olvidar.
Andamos sobreexcitados y, algunos, algo asustados por las
consecuencias que pueda tener en nuestra vida o para nuestra vida la epidemia
de coronavirus declarada en China, mejor dicho, en la provincia china de
Hubeiuna, con cerca de cuatrocientas muertes y decenas de miles de contagiados.
Y si estamos sobreexcitados y subrayo lo de "sobre" es porque alguien
así lo ha querido informando "a la tremenda" y con escasa
profesionalidad de lo que, en principio y sin que nadie pueda demostrar lo contrario,
no sería más que una gripe virulenta, sí, pero no más mortal ni peligrosa por
tanto que las epidemias de gripe que tenemos que soportar cada año.
La cifra de muertos y contagiados que se maneja en China no
es mayor ni más preocupante que la que va a arrojar, sólo en España, la
epidemia de gripe que empieza a instalarse en España ¿Por qué, entonces, toda
esta alarma, por qué este despliegue informativo que tienen más de histérico
que de servicio público, que es lo que cabría esperar en esta ocasión de medios
responsables?
Se me ocurren muchas razones y todas tienen que ver con el
dinero. La primera es la necesidad que las televisiones amarillas, no por
chinas sino por poca o nula ética, que, con unos cuantos redactores y cámaras,
mal pagados y sin apenas experiencia la mayoría, se pueden cubrir unos cuantos
puntos, demasiados, informativos o no, con los que "rellenar" minutos
y minutos de pantalla, reiterativos y desprovistos de más interés que tendría
informar del tiempo con jóvenes redactores armados de paraguas o bolas de
nieve.
Pudimos comprobarlo el viernes tarde, cuando una legión de
periodistas con equipos móviles de televisión siguieron el recorrido de los
españoles repatriados de Wuhan desde la base de Torrejón hasta el hospital
Gómez Ulla, en el barrio, mi barrio, de Carabanchel, como si de paparazzi en
pos de Lady Di o del seguimiento del paseo triunfal de un campeón de Liga se
tratase. No quiero imaginar, tengo que preguntárselo, que pensó mi padre de
noventa y seis años, si el paso de tan escandalosa caravana, coches, motos y
sirenas, le pillo mirando por la ventana como acostumbra. No sé que pensaría
él, pero sí sé lo que pensé yo al ver el circo completo durante casi una hora
en una ventana de la pantalla en la emisión de La Sexta.
El espectáculo me pareció repulsivo y degradante. Casi tanto
como los reportajes sobre mascarillas que han contribuido a terminar con las
existencias o las continuas insinuaciones hacia nuestros vecinos chinos, a los
que algunos ya comienzan a mirar con aprensión y desconfianza. Raro es el
programa de "actualidad" que en el que un redactor, micrófono en
mano, nos cuanta a la puerta de un restaurante chino cómo ha disminuido la
clientela desde que se supo de la epidemia, Ante esta forma de periodismo
fácil, barato e irresponsable, me pregunto si haríamos lo mismo con los Burger
King, los McDonald’s o los Starbucks si la epidemia tuviese su origen en los
Estados Unidos. Seguro que no, como tampoco dejaríamos la pasta o la pizza si
la fiebre fuese napolitana.
Hay un cierto poso racista en las reacciones de la gente y
un tratamiento responsable o interesado en los medios, porque de todos es
sabido que China es, o al menos era, la potencia económica llamada a suceder a
Estados Unidos en el liderazgo mundial y que todo lo que pueda frenarla será
bien recibido por los medios de comunicación inspirados o pastoreados desde los
Estados Unidos.
Cuando hace casi cuatro décadas se desató la epidemia del
SIDA la alarma era lógica, porque poco o muy poco se sabía de ella, hasta el
punto de que prosperó la idea de que no era más que una plaga con la que el
cielo castigaba a los "desviados" y costó años liberar del estigma
que había caído sobre ella a la comunidad gay.
Hoy no es justo ni inteligente, salvo que existan intereses
ocultos, estigmatizar a la población china por una enfermedad que no es suya,
sino que proviene de una región de su país, una región que, al menos
aparentemente, está bajo control, una enfermedad de la que ya se sabe mucho más
de lo que se sabía del SIDA en los primeros años de la epidemia.
Hace poco más de un siglo, una epidemia de gripe, la
"gripe española" la llamaron, sin que en España estuviese su origen, acabó con casi cien millones de
personas, más que la Gran Guerra, en tiempos en que la gente, los jóvenes en
especial, vivían hacinados en cuarteles y transportes militares, causando la
mayor mortandad precisamente entre los jóvenes. Hoy, en que los viajes de miles
de kilómetros se hacen en apenas una jornada, si no en horas, es imposible
detectar una infección latente que, cuando da síntomas, ya ha saltado de país. Eso
es lo preocupante. Por eso, sobre todo si las autoridades han reaccionado con
el sentido común que lo ha hecho el gobierno español, lo mejor es seguir sus
consejos y olvidarnos de lo que es poco más que un circo mediático del que
nadie guardará memoria cuando a las televisiones deje de interesarles la
"gripe china".
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