Si alguien hubiese querido humillar al hombre moderno, ese
que sin conocer el entorno de su ciudad viaja miles de kilómetros todos los
años, para correr tras una banderita junto con decenas de iguales de monumento
en monumento, de paisaje en paisaje, para hacerse el correspondiente selfi y
una nueva muesca en el pasaporte, si alguien lo hubiese pretendido, no habría
hallado mejor modo de hacerlo que poner juntos un virus desconocido, no
demasiado letal aunque bastante raro y unos medios de comunicación ávidos,
necesitados por la presión de sus accionistas de atraer a las audiencias con lo
que, aparte del sexo, mejores resultados da en los audímetros: el miedo.
La fórmula ha funcionado y, a base de repetir conexiones con
fachadas de hospitales, de "dar paso" a enviados especiales
escondidos tras mascarillas, de repetir en bucle el traslado de ese único
enfermo que tuvo la desgracia de ingresar en un hospital como
"sospechoso" de haberse infectado, a base de miedo han sacudido, o lo
están haciendo, las estructuras de esta sociedad alegre u confiada, en la que
nos ha tocado vivir.
Nos han dicho que no hay que pagar impuestos, haciéndonos
creer que el dinero de los impuestos iba a estar mejor en nuestros bolsillos,
para un viaje o unas vacaciones lejos, muy lejos, que financiando una
sanidad capaz de combatir epidemias y curar a los enfermos de siempre. Se nos
ha dicho que es mejor un crucero o un viaje a china que contribuir a prevenir
las enfermedades con investigación y con vacunas, muchas veces rechazadas por
la soberbia egoísta de quienes confunden la libertad con el capricho sectario y
la ciencia con la lectura rápida e inconsciente de unas cuantas páginas
sectarias en la red.
Hace unas semanas, una mañana, nos despertamos con la
aparición de un virus extraño en una ciudad de China, una información tardía,
porque a las autoridades chinas no les convino, cuando supieron de él, tomar
las medidas precisas. Luego, esas mismas autoridades se encargaron de
mostrarnos en todos los telediarios su capacidad para levantar hospitales en
semanas, aunque llegaran tarde, nos enseñaron sus robots para repartir comida a
los enfermos, porque se habían quedado sin personal, los drones para vigilar y
fumigar barrios enteros, algo que podría haberse evitado haciendo caso a aquel
médico que alerto sobre la virulencia del maldito virus.
Luego llegó la histeria, la suspensión del Mobile World
Congress, por poner un ejemplo, mientras se celebraban otras ferias parecidas,
decisiones contradictorias e informaciones tan imprecisas que, si alguna vez
tuvieron la intención de tranquilizar a la población, que lo dudo, están
consiguiendo todo lo contrario. Sabemos poco, porque nos cuentan poco, pero
tememos mucho, nos tememos lo peor, porque quien debiera tranquilizar y hablar
sólo de certezas, la OMS, se dedica, lo hace su máxima autoridad, a especular
en ruedas de prensa que más parecen las que se celebran tras un partido de
fútbol que de un organismo tan caros y que tiene asumidas tan graves
responsabilidades.
Me temo que, como ocurrió con la Gripe A nos
"venderán" una vacuna, quizá tan inútil como lo fue aquella, que sólo
sirvió para llenar los bolsillos de las grandes farmacéuticas.
Vivimos angustiados porque a nosotros, los
"blanquitos" de occidente nos confinan en hoteles o en cruceros por nuestra
mala cabeza, o mala suerte, de viajar a las zonas donde está el virus, que cada
vez son más, y nos dejamos verdaderas fortunas en comprar a precio de subasta
mascarillas o geles hidroalcohólicos para desinfectar nuestras manos, algo que deberíamos
hacer a diario y no lo hacemos, mientras negamos ayuda y atención a la grave
epidemia de sarampión que está acabando con la vida de miles de niños en
África. Pero, claro, eso es otra cosa, harina de otro costal, porque tanta
muerte no sale en los telediarios y no nos interesa.
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