viernes, 21 de febrero de 2020

AL JUEGO, POR LOS CUERNOS


Es una plaga y hace tiempo que se extiende por nuestros barrios. Decir que es la heroína del siglo XXI ya no es una exageración. Las empresas que controlan las casas de apuestas han tomado cada esquina de nuestros barrios, como, en los terribles setenta y ochenta, las tomaron los camellos con sus "papelinas" y, para establecer su mercados, han escogido, como aquellos camellos, los barrios más humildes, aquellos con más paro juvenil, esos a los que difícilmente llega el dinero del salario de un trabajo que no existe, en los que los jóvenes sueñan con un puñado de billetes con los que pasar un fin de semana a lo grande, unos euros con los que comprar un móvil lleno de gigas y colores o las zapatillas a la última.
Ese es el juego que nos preocupa en las calles, pero no es el único juego que nos preocupa, porque lo tenemos también en nuestras casas, allá donde hay un ordenador o un móvil, incluso lo tenemos, dale que te pego, en las televisiones y las radios, desde las que voces presuntamente amigas nos incitan sin parar a jugar o apostar, da igual si es póker o es fútbol, prometiendo paraísos de lujo y gloria o salidas al aburrimiento, emociones que se desvanecen en segundos y que, como bien saben los psiquiatras y psicólogos, generan una insatisfacción y una ansiedad que llevan de cabeza a la peligrosa adicción, en la que todo, como con la heroína, se reduce a encontrar el dinero con que conseguir el pico o pagar la apuesta que nos devuelva esa sensación de calma que llega con la aguja o ese vuelo de mariposas en el estómago, cada vez más difícil de alcanzar, porque cada vez dura menos y es más la ansiedad que le sigue. 
Vivimos en una ciénaga peligrosa, en unas aguas pantanosas que personajes sin escrúpulos, como el exministro que fue de Justicia, Rafael  Catalá se han encargad de crear, vivimos en la selva que quien fuera consejero de una de las grandes empresas del juego, CODERE, preparó desde el ministerio, con una ley del juego, hecha a imagen y capricho de sus viejos amigos, que no han tardado en devolverle el sillón en el consejo, convirtiéndose en la "zorra de ida y vuelta" a la que el PP de Rajoy, empeñado en "ludopatizarnos", ahí estaban Esperanza Aguirre y su frustrado Eurovegas, puso a guardar el corral del juego. juego
Mientras tanto, "famosos" sin escrúpulos pagan sus deudas o sus malas inversiones, apareciendo en muestras pantallas, prometiendo, con esa voz que dieron a algunos de nuestros personajes favoritos, ese dinero fácil que, al final nunca llega. Coronado, del juego al chocolate y del chocolate al juego, Jorge Javier Vázquez, echando las redes del bingo o la tómbola a domicilio a las señoras que le ven y adoran, hay gustos para todo, o el agresivo Carlos Sobera que, no conforme con hacer parejas en la pantalla, pretende que las hagamos nosotros en los casinos virtuales que anuncia.
Alberto Garzón, un comunista, es el encargado de poner orden en la selva del juego. Y lo va a tener difícil, porque las televisiones y las radios se sostienen en una gran parte gracias al dinero proveniente de la publicidad del juego que se entremezcla obscenamente con la información deportiva, forzando la aparición de datos y estadísticas, con el único fin de engatusar a telespectadores y oyentes para que se crean capaces de acertar resultados y datos tan peregrinos como quién sacará el primer córner o qué jugador será expulsado y en qué tiempo.
Está claro que quienes están acostumbrados al dinero fácil de la publicidad del juego no se van a dejar arrebatar el botín y someterán al gobierno a cuanto chantaje crean conveniente, para poner a salvo su negocio. Que el juego se ha convertido en una plaga resulta evidente y que Alberto Garzón y el resto del gobierno, también, pero, si no queremos otra generación pedida, plagada de enfermos con sus vidas rotas, es evidente que hay que prohibir o limitar la publicidad del juego, estableciendo quién, por muy famoso que sea, no debe hacerla y a qué horas y en qué ámbitos no debe emitirse, porque, al juego, hay que cogerlo por los cuernos.

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