Es una plaga y hace tiempo que se extiende por nuestros
barrios. Decir que es la heroína del siglo XXI ya no es una exageración. Las
empresas que controlan las casas de apuestas han tomado cada esquina de
nuestros barrios, como, en los terribles setenta y ochenta, las tomaron los
camellos con sus "papelinas" y, para establecer su mercados, han
escogido, como aquellos camellos, los barrios más humildes, aquellos con más
paro juvenil, esos a los que difícilmente llega el dinero del salario de un trabajo
que no existe, en los que los jóvenes sueñan con un puñado de billetes con los
que pasar un fin de semana a lo grande, unos euros con los que comprar un móvil
lleno de gigas y colores o las zapatillas a la última.
Ese es el juego que nos preocupa en las calles, pero no es
el único juego que nos preocupa, porque lo tenemos también en nuestras casas,
allá donde hay un ordenador o un móvil, incluso lo tenemos, dale que te pego,
en las televisiones y las radios, desde las que voces presuntamente amigas nos
incitan sin parar a jugar o apostar, da igual si es póker o es fútbol,
prometiendo paraísos de lujo y gloria o salidas al aburrimiento, emociones que
se desvanecen en segundos y que, como bien saben los psiquiatras y psicólogos,
generan una insatisfacción y una ansiedad que llevan de cabeza a la peligrosa
adicción, en la que todo, como con la heroína, se reduce a encontrar el dinero
con que conseguir el pico o pagar la apuesta que nos devuelva esa sensación de
calma que llega con la aguja o ese vuelo de mariposas en el estómago, cada vez
más difícil de alcanzar, porque cada vez dura menos y es más la ansiedad que le
sigue.
Vivimos en una ciénaga peligrosa, en unas aguas pantanosas
que personajes sin escrúpulos, como el exministro que fue de Justicia,
Rafael Catalá se han encargad de crear, vivimos en la selva que quien
fuera consejero de una de las grandes empresas del juego, CODERE, preparó desde
el ministerio, con una ley del juego, hecha a imagen y capricho de sus viejos
amigos, que no han tardado en devolverle el sillón en el consejo,
convirtiéndose en la "zorra de ida y vuelta" a la que el PP de Rajoy,
empeñado en "ludopatizarnos", ahí estaban Esperanza Aguirre y su
frustrado Eurovegas, puso a guardar el corral del juego. juego
Mientras tanto, "famosos" sin escrúpulos pagan sus
deudas o sus malas inversiones, apareciendo en muestras pantallas, prometiendo,
con esa voz que dieron a algunos de nuestros personajes favoritos, ese dinero
fácil que, al final nunca llega. Coronado, del juego al chocolate y del chocolate
al juego, Jorge Javier Vázquez, echando las redes del bingo o la tómbola a
domicilio a las señoras que le ven y adoran, hay gustos para todo, o el
agresivo Carlos Sobera que, no conforme con hacer parejas en la pantalla,
pretende que las hagamos nosotros en los casinos virtuales que anuncia.
Alberto Garzón, un comunista, es el encargado de poner orden
en la selva del juego. Y lo va a tener difícil, porque las televisiones y las
radios se sostienen en una gran parte gracias al dinero proveniente de la
publicidad del juego que se entremezcla obscenamente con la información
deportiva, forzando la aparición de datos y estadísticas, con el único fin de
engatusar a telespectadores y oyentes para que se crean capaces de acertar
resultados y datos tan peregrinos como quién sacará el primer córner o qué
jugador será expulsado y en qué tiempo.
Está claro que quienes están acostumbrados al dinero fácil
de la publicidad del juego no se van a dejar arrebatar el botín y
someterán al gobierno a cuanto chantaje crean conveniente, para poner a salvo
su negocio. Que el juego se ha convertido en una plaga resulta evidente y que
Alberto Garzón y el resto del gobierno, también, pero, si no queremos otra
generación pedida, plagada de enfermos con sus vidas rotas, es evidente que hay
que prohibir o limitar la publicidad del juego, estableciendo quién, por muy
famoso que sea, no debe hacerla y a qué horas y en qué ámbitos no debe
emitirse, porque, al juego, hay que cogerlo por los cuernos.
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