viernes, 28 de febrero de 2020

HALLOWEEN EN FEBRERO


Hay que ver lo que une la pasta. Dos personajes que nunca se pudieron ver, dos personajes que, a su manera, se odiaban, uno con rencor, otro con odio. sentados ante un auditorio, uno a la derecha que le corresponde y el otro a la izquierda, esa izquierda que cada vez se le hace más incómoda, para hablar del mayor problema que hoy acucia a este país, Cataluña, un problema que, desde sus presidencias, ninguno de los dos se esforzó en cerrar, porque ni a ellos ni a Jordi Pujol les interesaba poner fin a ese baile de máscaras en que se convertía cada negociación postelectoral, cuando Pujol y "los catalanes" eran Caín o Abel según quien aceptase comprar las lentejas.
Ese dejar Cataluña como problema no resuelto, con un gobierno corrupto, el de Pujol, al que recurrir aceptando o haciendo el chantaje cuando convenía, ese asunto enquistado durante décadas fue una mina de votos para unos y otros, una mina de votos mal entibada, porque se la creía eterna. Los de Aznar porque aprendieron a cultivar el antinacionalismo, que no era otra cosa que nacionalismo español, el peor de todos, los otros porque pensaron que los votos del cinturón industrial de Barcelona, los "manobras charnegos" y los réditos de los juegos olímpicos de Barcelona 92 eran para siempre.
Pero se hundió el barrio del Carmelo y Pascual Maragall, a sabiendas o no, verbalizó lo que estaba en la mente de todos y él, con la suya quizá ya cuesta abajo, pronunció lo de aquel oscuro asunto del tres por ciento "ustedes tienen un problema y ese problema es el tres por ciento", dijo, para asombro y susto, incluso de los suyos. Fue a partir de ese momento cuando la corrupción afloró en ese falso paraíso que creíamos que era Cataluña, fue cuando se gritó aquel sálvese quien pueda en el que unos se cubrieron con la estelada y otros con una constitución mal entendida.
Hobo por aquel entonces un gobierno tripartito de la izquierda catalana, la de entonces, y un nuevo estatut que a la derecha españolista no le gustó y que, una vez superados todos los filtros legales, acabó en un Tribunal Constitucional sesgado que dijo haberlo "cepillado", cuando quería decir que lo había "podado" casi hasta agostarlo.
El resto es historia, historia desgraciadamente aún sin resolver, en la que unos y otros se impostan para ganar sus elecciones, los de aquí contra los de allá y viceversa, incendiando las calles y plazas de Cataluña, unos, y llenando las de Madrid con banderas indebidamente apropiadas y fotos más menos históricas otros, y dando pie a la consagración electoral del fascismo todos. Todo sin que los yayos de la pasta, desde sus fundaciones o sus consejos de administración se hayan preocupado por mediar, por buscar soluciones desde una experiencia y una autoridad que ahora dudo que tengan.
Uno y otro, González con su cabello plateado y Aznar con su voz de digestión pesada, tras esos dedos largos y amenazadores que gasta, pontificaron sobre la maldad del diálogo, el único instrumento capaz de allanar caminos y acortar distancias, hablando con desprecio de ese diálogo, una "performance" según González, o amenazando con el apocalipsis, por parte del esposo de la alcaldesa de Madrid que arrojó al infierno de la calle a miles de familias, vendiendo a "buitres con fondos" las viviendas sociales que por derecho ocupaban.
Ni uno ni otro son nadie para dar lecciones de nada y menos sobre Cataluña, entre otras cosas porque ambos son instrumentos a sueldo de los intereses más oscuros que de vez en cuando resucitan y salen de sus cómodas tumbas para asustarnos sin posibilidad de truco ni trato como en este Halloween que se montaron ayer en pleno febrero. 

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