Ayer, con festividad y alevosía, Pablo Casado se cargó de un
plumazo la candidatura del líder del PP en Euskadi, Alfonso Alonso, a las
próximas elecciones autonómicas y, de paso, el mínimo vestigio de democracia
interna que, aparentemente quedaba en el Partido Popular. Lo hizo ese aprendiz
de brujo que, perdedor de las primarias convocadas para sustituir a un Rajoy en
fuga, las primeras en toda su historia, se convirtió en el salvavidas al que se
aferró el aznarismo para no desaparecer de la escena.
Ese es, me temo, el principal problema del PP, que cuando
pudo no clavo la estaca en el corazón del vampiro que, desde entonces y de vez
en cuando, rejuvenecido con la sangre fresca de sus siervos, sale de su cripta
para proyectar su sombra sobre ese partido y este país que cree suyos.
Aznar, como los generales de la impagable "Senderos de
gloria" de Kubrick, manda a sus hombres al matadero y lo hace con Pablo
Casado y otros como él, dóciles y ambiciosos, dispuestos a hacer sonar su
silbato para hacer salir a sus hombres al campo de batalla a sabiendas de que
acabaran muertos o, en el mejor de los casos, derrotados en el campo de batalla,
enredados en las alambradas de su pasado ante las urnas. Una patética
estrategia diseñada por una sombra del pasado desde un despacho, lejos, muy
lejos, de la realidad española, como aquellos generales jugaban con la vida de
sus hombres, que caían cada día por miles, ante una mesa con mapas en un lujoso
chateau, a kilómetros del frente.
Lo único que viene salvando a Casado de saltar de la
presidencia del partido es ese aliento frío del señor de las tinieblas que se
percibe en su presencia, la sombra de Aznar, porque, desde que llegó a su
despacho, ha perdido o han perdido sus candidatos, en cuantas elecciones ha
participado, hasta el punto de que, si conserva parte del poder autonómico y
municipal que tuvo es gracias a la oscura y tóxica alianza con Vox. Poder que
Casado se atribuye como propio, pese a que, desde entonces, el PP no ha hecho
otra cosa que atender servil a los caprichos ideológicos del partido de Abacal.
Se ve que Aznar y con él Casado han comprado a Vox el
mensaje de la “derechita cobarde" y están dispuestos a alimentarse de la
sangre emponzoñada del fascismo más descarado con tal de volver a un pasad
tenebroso que ellos consideran gloriosos.
Alfonso Alonso, que en Vitoria ganaba las elecciones sin
bajarse del autobús, que diría algún cronista deportivo su gente y, con ella,
entendió que, para crecer, había que mirar hacia adelante y abandonar el
castillo en el que se sentían seguros, sobre todo una vez que se acabó el
terror en Euskadi. Alonso es un hombre abierto y seguro de sí mismo, incompatible
con el autoritarismo de barba y sonrisa que encarna Pablo Casado. Por eso, el
líder del PP vasco no puede entender que se hipotequen sus listas a las vascas
con candidatos de un partido incapaz de obtener un sólo escaño en Euskadi. Por
eso, por el pecado de desobediencia, imperdonable en la secta que en estos
tiempos habita el PP, se le arroja a las tinieblas, aunque, para ello, hayan
tenido que recurrir a un personaje oscuro y resentido, como Iturgaiz con zonas
sombrías en su pasado, torpe como él sólo, capaz de desvelar en su primera
entrevista los verdaderos planes de Casado e, insisto, Aznar, que no son otros
que fusionarse más adelante, no sólo con Ciudadanos, sino con Vox, en plena
ensoñación aznariana de ese partido refundado con las tres derechas, de momento
incompatibles como el agua y el aceite. Y, por si fuera poco, sólo un personaje
tan turbio y descolgado de la realidad como él, puede referirse al gobierno de
coalición apoyado por la mayoría de los ciudadanos como "gobierno
fasciocomunista".
No sé qué pensará la ambiciosa Inés Arrimadas, a la que su
envite al PP le está dando resultados tan bizarros. No sé siquiera si ha medido
los resultados em su propio partido que, honradamente, aún no controla con
absoluta legitimidad. La única explicación que le encuentro es que, con
conocimiento dl oscuro Aznar, está preparando la entrega del mismo al PP, a
cambio de algún que otro honor en su nuevo partido.
Todo muy difícil de explicar, todo muy de ultratumba, tanto
como para que a la casi siempre solvente Cuca Gamarra le ha costado intentar
explicar por qué Iturgaiz, del que casi nadie se acuerda y al que los jóvenes
ni conocen, es mejor candidato que Alfonso Alonso, que tan mal les cae a Casado
y, sobre todo a Cayetana Álvarez de Toledo. muy difícil de explicar, salvo que
el PP, mejor dicho, quienes lo controlan hayan decidido bajo la capa, bajo la
sombra aparentemente protectora del conde Aznar, a la búsqueda de una nueva
vieja derecha que, sin el dolor causado por ETA que tanto evocan, queda muy
lejos.
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