lunes, 24 de febrero de 2020

LA LARGA SOMBRA DE AZNAR


Ayer, con festividad y alevosía, Pablo Casado se cargó de un plumazo la candidatura del líder del PP en Euskadi, Alfonso Alonso, a las próximas elecciones autonómicas y, de paso, el mínimo vestigio de democracia interna que, aparentemente quedaba en el Partido Popular. Lo hizo ese aprendiz de brujo que, perdedor de las primarias convocadas para sustituir a un Rajoy en fuga, las primeras en toda su historia, se convirtió en el salvavidas al que se aferró el aznarismo para no desaparecer de la escena.
Ese es, me temo, el principal problema del PP, que cuando pudo no clavo la estaca en el corazón del vampiro que, desde entonces y de vez en cuando, rejuvenecido con la sangre fresca de sus siervos, sale de su cripta para proyectar su sombra sobre ese partido y este país que cree suyos.
Aznar, como los generales de la impagable "Senderos de gloria" de Kubrick, manda a sus hombres al matadero y lo hace con Pablo Casado y otros como él, dóciles y ambiciosos, dispuestos a hacer sonar su silbato para hacer salir a sus hombres al campo de batalla a sabiendas de que acabaran muertos o, en el mejor de los casos, derrotados en el campo de batalla, enredados en las alambradas de su pasado ante las urnas. Una patética estrategia diseñada por una sombra del pasado desde un despacho, lejos, muy lejos, de la realidad española, como aquellos generales jugaban con la vida de sus hombres, que caían cada día por miles, ante una mesa con mapas en un lujoso chateau, a kilómetros del frente. 
Lo único que viene salvando a Casado de saltar de la presidencia del partido es ese aliento frío del señor de las tinieblas que se percibe en su presencia, la sombra de Aznar, porque, desde que llegó a su despacho, ha perdido o han perdido sus candidatos, en cuantas elecciones ha participado, hasta el punto de que, si conserva parte del poder autonómico y municipal que tuvo es gracias a la oscura y tóxica alianza con Vox. Poder que Casado se atribuye como propio, pese a que, desde entonces, el PP no ha hecho otra cosa que atender servil a los caprichos ideológicos del partido de Abacal.
Se ve que Aznar y con él Casado han comprado a Vox el mensaje de la “derechita cobarde" y están dispuestos a alimentarse de la sangre emponzoñada del fascismo más descarado con tal de volver a un pasad tenebroso que ellos consideran gloriosos.
Alfonso Alonso, que en Vitoria ganaba las elecciones sin bajarse del autobús, que diría algún cronista deportivo su gente y, con ella, entendió que, para crecer, había que mirar hacia adelante y abandonar el castillo en el que se sentían seguros, sobre todo una vez que se acabó el terror en Euskadi. Alonso es un hombre abierto y seguro de sí mismo, incompatible con el autoritarismo de barba y sonrisa que encarna Pablo Casado. Por eso, el líder del PP vasco no puede entender que se hipotequen sus listas a las vascas con candidatos de un partido incapaz de obtener un sólo escaño en Euskadi. Por eso, por el pecado de desobediencia, imperdonable en la secta que en estos tiempos habita el PP, se le arroja a las tinieblas, aunque, para ello, hayan tenido que recurrir a un personaje oscuro y resentido, como Iturgaiz con zonas sombrías en su pasado, torpe como él sólo, capaz de desvelar en su primera entrevista los verdaderos planes de Casado e, insisto, Aznar, que no son otros que fusionarse más adelante, no sólo con Ciudadanos, sino con Vox, en plena ensoñación aznariana de ese partido refundado con las tres derechas, de momento incompatibles como el agua y el aceite. Y, por si fuera poco, sólo un personaje tan turbio y descolgado de la realidad como él, puede referirse al gobierno de coalición apoyado por la mayoría de los ciudadanos como "gobierno fasciocomunista".
No sé qué pensará la ambiciosa Inés Arrimadas, a la que su envite al PP le está dando resultados tan bizarros. No sé siquiera si ha medido los resultados em su propio partido que, honradamente, aún no controla con absoluta legitimidad. La única explicación que le encuentro es que, con conocimiento dl oscuro Aznar, está preparando la entrega del mismo al PP, a cambio de algún que otro honor en su nuevo partido.
Todo muy difícil de explicar, todo muy de ultratumba, tanto como para que a la casi siempre solvente Cuca Gamarra le ha costado intentar explicar por qué Iturgaiz, del que casi nadie se acuerda y al que los jóvenes ni conocen, es mejor candidato que Alfonso Alonso, que tan mal les cae a Casado y, sobre todo a Cayetana Álvarez de Toledo. muy difícil de explicar, salvo que el PP, mejor dicho, quienes lo controlan hayan decidido bajo la capa, bajo la sombra aparentemente protectora del conde Aznar, a la búsqueda de una nueva vieja derecha que, sin el dolor causado por ETA que tanto evocan, queda muy lejos.

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