Andan revolucionados los agricultores estos días porque,
como diría un urbanita moderno, "no les da la vida", y es que llevan
demasiado "trabajando para el diablo" que es, según mi padre, lo que
se hace cuando se hace para nada o a cambio de nada.
Hoy intentarán llenar de tractores Madrid, para dejar claro
que trabaja como lo están haciendo no les merece la pena, porque lo que
producen con esfuerzo e inversión no les merece la pena. No la merece arar la
tierra, sembrar el grano, abonar los campos, regar, si es que se puede,
combatir las plagas. No les merece la pena podar, recoger, si hablamos de
fruta, o cosechar. No les merece la pena cubrir de plástico sus campos para
crear los invernaderos ni les merece la pena, dice, contratar a los braceros
que recogen sus frutos. No les merece la pena, porque, echando cuentas, ni
siquiera cubren gastos, ni lo comido por lo servido, porque, en el camino, al
lado de sus campos o de sus almacenes, esperan los camiones que trabajan para
los asentadores y distribuidores, cobrando por kilómetro y kilo lo justito para
no tener que vender el camión, asentadores e intermediarios que les
imponen sus precios, muy por debajo de su esfuerzo y muy por debajo también de
lo que acabaremos pagando los pobrecitos habitantes de la ciudad, en las cajas
de los supermercados.
Tienen razón quienes hablan de la España "vaciada"
en lugar de hacerlo de la "vacía", porque si los pueblos están al
borde de que el último apague la luz.
La culpa es de los intermediarios y, especialmente, de los
intermediarios con tienda abierta, es decir, de las "grandes
superficies", dictadores de ida y vuelta que, como al hacer los chorizos,
retuercen los extremos, productores y consumidores, para engordar ellos como lo
que son. Tanto es así, que no sólo fijan los precios y el momento de la recogida,
sino que deciden qué se cultiva, imponiendo la tiranía de un consumo que ellos,
con sus campañas publicitarias y sus precios también controlan.
Y no queda ahí la cosa, porque estos señores, Carrefour,
Alcampo, Mercadona y un largo etcétera, son también los responsables de cada
día toneladas de comida acaben en los contenedores de basura y de que los
océanos se llenen de plásticos tan fáciles y baratos de producir como caros y
muy difíciles de eliminar. Además y, por si fuera poco, ellos deciden que, en
una sociedad en las que cada vez más gente vive sola, la fruta, los filetes, el
queso o el fiambre se les ofrece en bandejas "retractiladas", de
plástico reluciente, de seis en seis o de kilo en kilo, con la maldición
implícita de que, las más de las veces, acabará en la basura.
Es algo que continuamente se predica en los medios, pero
para que los consumidores nos sintamos culpables y nos mortifiquemos, cuando el
pecado, por más que lo cometamos los de a pie, no tiene su origen en nosotros.
Creo que el sector agroalimentario es una selva en la que
han entrado los grandes cazadores blancos para quedarse con las mejores piezas,
matando sin ton ni son, sin importarle el hundimiento del campo, porque saben que,
si esquilman el de aquí, más al sur hay otro, otros, esperándoles. Creo que, al
igual que se exige o se debería exigir en cada cosa que se vende una garantía
de trazabilidad que nos informe del origen de los alimentos, debería haber otra
garantía, otra etiqueta, en la que se nos dé cuenta de cuánto y quienes elevan
el precio de productos que demasiad a menudo, las patatas, por ejemplo, se
pagan en el hiper seis veces más caras que se pagan al agricultor que las
produce.
Sé que es muy difícil, pero más si no existe voluntad de
hacerlo, pero alguien debería hacer algo para acabar con esta injusticia, con
este desequilibrio que vacía nuestros campos y que convierte a los agricultores
en ciudadanos resentidos, listos para caer en brazos del discurso populista de
los matones de Vox. Los consumidores podemos y debemos hacer lo nuestro,
podemos comprar con conciencia e inteligencia, podemos reciclar en cubos de
colores, tantos como quieran, pero todo sería más fácil si el gobierno metiese
en cintura a todos esos intermediarios que imponen su tiranía de usos y
costumbres y de precios.
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