viernes, 31 de enero de 2020

PELÍCULA DE CHINOS


No es la primera vez que recurro a "Humor Amarillo" para explicar qué pasa en la política española y es porque ese programa y su hilarante doblaje que tanto evoca las películas de Fu Manchú, aunque pasadas por el filtro de la guasa. Lo digo porque hoy por hoy imagino a presidente Sánchez en medio de un lago que el malvado Fu Manchú llenaría de cocodrilos, del que hay que salir cuanto antes sin que, mira que es difícil, las dentelladas te alcancen las pantorrillas.
Para escapar del peligro hay que saltar de isla en isla, a cual más inestable, islas de cartón piedra que se acercan o se alejan con las ondas que creamos nosotros mismos al pisar la anterior, recién ocupada Exactamente eso es lo que le ha ocurrido al presidente que, después de la "representación" de Torra, anunciando sin fecha unas elecciones que ni él ni sus socios de Esquerra quieren ya, pensó que abrir la mesa de gobiernos ya no tenía sentido, porque el mapa electoral de Cataluña podría, lógicamente, variar y lo hizo sin contar que, para Esquerra, el partido que con su abstención le dio las llaves de La Moncloa, tiene, precisamente, en el cumplimiento de ese primer punto del acuerdo de investidura la mejor baza para batir a Junts per Cataluña en las elecciones catalanas.
Sánchez acababa de fijar la fecha para su entrevista con Torra y desde Moncloa se dijo que esa mesa comprometida con Rufián y los suyos se aplazaba "sine die", un anuncio que bastó para que Gabriel Rufián llamara inmediatamente a la puerta de La Moncloa, donde de inmediato fue recibido por el presidente que, después de una charla rectificó y devolvió las aguas a su curso, devolviendo al portavoz de Esquerra en el Congreso su mejor baza, la de dialogante, frente a la loca intransigencia de Junts.
Aquí es donde creo que ambos tienen razón, porque es difícil plantear un diálogo con alguien que no sabe si seguirá en el mismo sitio para cumplir lo pactado, como debe creer Sánchez, pero también la tiene Rufián al reclamar lo que se le prometió, más cuando tiene la llave de los presupuestos de la nación en su bolsillo. Y, todo, amenizado por el coro de quienes quieren ver a Pedro Sánchez del gobierno antes de acabar la legislatura, a ser posible sacando las urnas lo antes de que corresponda, buscando, ellos y la prensa que les hace la ola, el desgaste de un gobierno que, de momento, según el CIS mejora junto a sus socios el resultado de las últimas elecciones.
Si me acepta un consejo, Sánchez debe tomarse las cosas con calma, a sabiendas de que el escenario catalán es absolutamente líquido, de que casi ninguno de los actores que allí tienen voz se comportan con racionalidad y que llevan años viviendo de gestos, de bravuconadas y de promesas imposibles, por lo que el tratamiento ha de ser  el clásico "tranquilidad y buenos alimentos" y, sobre todo no sobreactuar, porque está claro que las posibilidades de diálogo son ahora más claras que nunca y no hay que tirar ese diálogo por la borda.
La visita urgente de Rufián a La Moncloa es un buen síntoma, porque si no quisiese ese diálogo, hubiese bastado con dar un sonoro portazo a la legislatura y no lo ha dado, así que toca mimar ese acuerdo y cuidar de no pisar en las trampas que el Fu Manchú de la intransigencia le pondrá sin duda y toca no mover demasiado las aguas saltando antes de tiempo y con más impulso del debido a la siguiente isla. Sólo allí llegaremos con bien al final de esta película de chinos.

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