La pregunta que me hago en el título de esta entrada es en
sí una paradoja, porque, desde hace siglos, lo que ha importado e importa es lo
que la iglesia (católica) he hecho y hace con nosotros. Y es que éste es un
asunto que, a dos meses de las elecciones, como siempre, vuelve a asomar entre
las propuestas, sólo algunas realmente novedosas, con las que los partidos nos
piden su voto en las urnas.
Soy de los que piensan que la de resolver de una vez por
todas la definición del Estado frente a la iglesia católica es, después de
cuarenta años, la gran asignatura pendiente de la democracia española, porque
lo de la aconfesionalidad del estado es una patraña tan patraña como la del
apoliticismo que, digan lo que digan quienes a él se acogen, siempre es de
derechas.
No puede ser que, en pleno siglo XXI, uno tenga que advertir
a su familia que no quiere un funeral católico, porque lo del cura viene
"por defecto" y porque todavía hay demasiada gente que cree que
negarse a la misa o al responso es significarse. Y siempre que uno se
significa, piensan las madres de una cierta edad, es para mal.
No puede ser que, cuando se produce una tragedia,
cualquiera, que afecte a más de un ciudadano y requiera de un funeral de
Estado, la opción por defecto sea otra vez el cura, incluso ahora que aparte de
agnósticos y ateos, como yo, hay judíos, musulmanes y otros cristianos no
católicos entre los fallecidos. No puede ser que los curas que los
ofician, crecidos ante la asistencia, consideren que todos los presentes somos
sus hermanos y tan buenos cristianos como para dar por bueno todo lo que dicen
ni, mucho menos, para que deduzcan que nos alegramos porque el finado está ya "con
dio en el paraíso.
Soy de lo que, en las bodas, acompaño a los novios en la
entrada a la iglesia y les recibo a la salida, pero, durante la ceremonia,
prefiero un café, una caña o, simplemente, una conversación en un banco
cercano, algo que no cabe en el funeral, porque el acompañamiento sólo es
posible en el propio funeral. No hace mucho me sentí así, incluido por un cura
"con oficio" y sin cintura alguna en un grupo al que no pertenezco y
que, lo reconozco, rechazo. Pero, cuando me quejo, siempre me dicen que no hay
mala intención y que, al fin y al cabo, es la tradición.
Eso es lo malo que se nos dice que España es un país
tradicionalmente católico, en el que, hasta hace poco, bodas, bautizos y
comuniones marcaban la vida social de los ciudadanos, en el que la religión y
no la ética o la mejor manera de ser ciudadano, "formaban" a los
niños para ser "buenos cristianos" y no "buenos
ciudadanos", un país en el que la enseñanza previa a la universidad está
mayoritariamente en manos de instituciones religiosas que gozan de
subvenciones, cesiones de terrenos y cualquier otra facilidad por parte del
Estado, gracias a lo cual, algunas de estas instituciones, por lo general
órdenes religiosas, han construido verdaderos imperios económicos, desde los
que, de paso, especulan con sus terrenos.
No puede ser que en pleno siglo XXI la iglesia
católica, no sólo esté operando su "negocio"" desde locales que
no pagan el obligatorio IBI que pagamos cualquier "cristiano", no
puede ser que, además, estén registrando a su nombre la propiedad de cualquier
edificio, erigido con los fondos de cuantos ciudadanos que, voluntariamente o
no, con conocimiento o no, han contribuido, en terrenos cedidos, por lo
general, por los municipios.
No puede ser que la iglesia, sostenida con fondos públicos,
se revuelva cuando le conviene contra la mano que le da el pan y se permita
interferir en las leyes que los ciudadanos se dan a los ciudadanos. No puede
ser que la iglesia se meta en las vidas de los ciudadanos, especialmente en sus
camas, para decirles lo que deben y no deben hacer. No puede ser que, a la hora
de perseguir la pederastia y otros delitos parecidos, la iglesia se convierta
en un obstáculo, a veces insalvable.
No puede ser que todo eso ocurra en un país europeo en el
año 2015. Por ello debe quedar muy claro, y hay que exigirles un compromiso
sobre ello, lo que los partidos están dispuestos a hacer para alejar
definitivamente la iglesia (católica) del Estado. Y que conste que, como en la
vieja polémica de las corridas de toros, bastaría con dejar de subvencionarla
para que alcanzase su verdadero tamaño e influencia, sostenida sólo por los
fieles.
Por eso es importante que, a la hora de votar, sepamos que
queremos hacer con la iglesia, que los partidos, y no sólo el PSOE que una vez
más dice estar comprometido con el laicismo, no sólo contemplen esa necesaria
ley de laicidad en sus programas, sino que, además, cumplan de una vez esas
promesas. Ojalá esta vez sepamos, de una vez por todas, qué hacer con la
iglesia.
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2 comentarios:
Se me ocurre Javier sin leer el texto pero si el título,,,Bares como aquel que visite en Dublin,,,,
Un abrazo grande,,,,
Excelente artículo...
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