Es lo que tiene la calle, una vez que sales del despacho,
aunque sólo sea unos minutos, y bajas a ella y te sumas a la gente que tú mismo
has convocado, para quejarte y reivindicar las injusticias que el Estado
opresor al servicio del Borbón comete con tu gente, al verte allí , cantando
con ellos, entre banderas, consignas y puños en alto, te sientes mucho más
realizado, mucho más que todos aquellos pobres diablos, como tú pero todos los
días, se quejan ante los juzgados porque les han quitado los ahorros de toda la
vida, la vivienda o la salud o porque, por hacer algo parecido, aunque sin la
cobertura que otorga ocupar un despacho en un gobierno les han impuesto multas
y penas exageradas por manifestarse junto a la verja de un parlamento.
Salvando las distancias, deben sentirse como aquellos
paniaguados, alcaldes y jefes locales de no sé qué movimiento que
periódicamente se concentraban a toque de corneta en la Plaza de Oriente de
Madrid para premiar con su apoyo y consuelo al dictador, abrumado por el
repudio internacional a su crueldad. No es lo mismo, insisto, pero se parece,
porque lo de ayer en Barcelona no deja de ser una sobreactuación ante algo que,
lo saben bien, no pasará del mero trámite de la declaración ante el juez por
unas diligencias que nunca debieron abrirse y que, con seguridad, se cerrarán
después de que Mas pase por el juzgado.
Lo de ayer, convocado desde el gobierno catalán y sus
entidades asociadas se parece también a aquel bloqueo de la entrada del Parque
de la Ciudadela que, convocado por la gente del 15-M, obligó a más de un
diputado a llegar en helicóptero al Parlamento. La diferencia es que por aquel
entonces no hubo chaquetas ni corbatas y que los mossos estaban del otro lado y
repartiendo estopa. Por lo demás, fue un baño de multitudes, una subidón de
adrenalina a la hora de los cánticos y la consiguiente renta que, a la hora de
los nacionalismos, produce siempre el martirio.
Todo lo anterior no demuestra más que la torpeza de un
gobierno, el de la nación, que se empeña en combatir con autoritarismo los
legítimos deseos de los catalanes de ser consultados sobre su futuro. Torpeza
relativa, porque, insisto una vez más, lo que pretenden Rajoy y los suyos es
rentabilizar en las urnas los pisotones que una y otra vez dan en el callo
nacionalista como, no hace tanto, hacían hurgando en la herida del terrorismo,
una mala práctica, porque, en este caso, el enconamiento contra Más y los suyos
está insuflándole el aliento que pareció faltarle tras la noche electoral en su
camino a la reelección.
Y no sólo eso. Además, el gobierno de Rajoy está
consiguiendo con aquella terca decisión de llevar a Mas a los tribunales, que
el tedioso proceso y el desgaste que supone la negociación de la presidencia
con las CUP quede en un segundo plano y mucho más inclinado a favor del actual
president. Algo que el dimitido Torres Dulce debió ver claro, dada la poca
consistencia de la pretendida acusación y que acabará en el archivo y, por qué
no decirlo, en el ridículo de su sucesor, cuando los jueces se vean obligados a
sobreseer la causa.
Al final, unos y otros habrán conseguido poner en evidencia
lo único que nos queda, Montesquieu, porque, cuando se pone en cuestión la
rectitud de la justicia una vez, se pone todas. Y lo ha hecho la Generalitat
por pura estrategia, olvidando quizá todo el peso que siempre ha tenido el
partido que la sustentaba, CiU, en el nombramiento de magistrados y miembros
del Consejo General del Poder Judicial, una situación que lleva a la paradoja
de que en el duro comunicado de protesta del Consejo por los acontecimientos de
ayer, el mismo que se queja presión y falta de respeto a la independencia de
los jueces no fue firmado por tres consejeros, entre ellos, Roser Bach, esposa del conseller de justicia catalán.
Visto así, quizá tengan razón quienes protestaban ayer para
desconfiar de la Justicia.
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1 comentario:
¿Justicia? ¿What Justicia?
Saludos
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