He de confesaros que escuchando los discursos de los
invitados de Mariano Rajoy a su "fin de fiesta" me ha costado sacar
de mi cabeza los uniformes y los correajes que tanto hicieron sufrir a Europa y
a los europeos hace tres cuartos de siglo. Cuesta no reconocer en Viktor Orban
o en la misma Angela Merkel el discurso xenófobo de los totalitarismos del
pasado sigo, como también es difícil no evocar las maneras de Mussolini en los
modos de Berlusconi.
Es lo que hay, parece que la derecha europea, cansada de disimular,
hasta de esconder sus garras bajo la piel de cordero, ha decidido olvidar, no
ya al socialista Olof Palme, sino al mismo Helmut Kohl, para lanzarse a
tumba abierta, la tumba de otros, claro, por la pendiente del capitalismo más
salvaje y la insolidaridad más explícita.
La prensa afín, que es casi toda, nos ha "vendido"
lo de ayer en Madrid, ese congreso del Partido Popular Europeo como una especie
de homenaje a Rajoy, pero, en realidad, no es más que un acto de autoafirmación
y defensa de su política de estos años, la más cruel de las políticas,
ejecutada a mayor gloria de las grandes empresas, las que pagan menos impuestos
que los pensionistas, despiden a sus trabajadores expertos para cambiarlos por
robots o por mano de obra temporal y mal pagada y, por si fuera poco, juegan
con nuestra salud, saltándose a la pata coja y con la ayuda de sus gobiernos,
que son los nuestros, los controles que deberían velar por ella.
La reunión de ayer bien podría considerarse el acta de
defunción, el fin de fiesta del añorado Estado de Bienestar con el que las
democracias occidentales sedujeron a las clases obreras u medias para no dejarles
caer en las garras del socialismo impuesto en los países del Este. Como en los
matrimonios gastados, esa seducción, ese disimulo ya no son necesarios y la
única opción es conformarse o, en todo caso, el divorcio tras el que nos pintan
las tinieblas del caos y la miseria, como si no estuviésemos ya en ellas.
Lo de ayer en Madrid, con una Merkel hablando sin ambages de
expulsar de Alemania, y de Europa, a los inmigrantes económicos, para acoger a
los refugiados, a ser posible sirios y bien preparados, como si el hambre, la
miseria y la falta de esperanza no fuesen también una forma de violencia. Y se
reafirman en ello diciendo que elegir el país en que vivir no es un derecho
humano o aplaudiendo al fascista Orban cuando afirma que los refugiados que
apalea vienen como un ejército en el que no sólo hay refugiados, sino también
inmigrantes económicos, a los que no se les puede dar el estilo de vida húngaro
o austriaco, junto a los que, según el díscolo dirigente húngaro, hay también
combatientes extranjeros.
Qué lejos queda ese lenguaje del acta fundacional europea o
cualquiera de sus tratados. Cuánto se parece a las arengas de Múnich o Núremberg,
con las que Adolf Hitler se hizo con la voluntad de un pueblo alemán castigado
con las consecuencias de la guerra en la que, apenas hacía quince años, el
káiser había embarcado a Europa.
Y en medio de todo ese lenguaje xenófobo, ultraliberal y a
veces fascista, los cariños a "Mariano", ahora en horas bajas, pero
el más servil de los ejecutores de la política austericida impuesta desde
Bruselas y Berlín. Vivas a Mariano por su equívoco logro de haber creado un millón
de puestos de trabajo ¿dónde y cómo? en un país, en el que los ciudadanos se
sienten hoy más pobres, más tristes y con menos esperanzas que hace cuatro
años. Y lo gritan quienes han guiado desde sus despachos la mano
"firme" de su más seguro servidor, lo gritan quienes quieren enrocar
a Rajoy en España, porque tienen miedo de que la izquierda se haga con los
gobiernos del sur de Europa. Espero que lesos españoles, a la hora de votar,
tengan muy presente quiénes y por qué han gritado ese ¡Viva Mariano!
1 comentario:
Una marioneta de Alemania....
Saludos
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