Era de esperar que, en tiempos de especulación, bonus y
subvenciones, los magos de la ingeniería financiera, gente sin escrúpulos donde
los haya, y otros delincuentes de guante blanco, las trampas en la industria no
tardasen en aparecer. Y lo han hecho de la peor de las maneras posibles,
demostrando lo endebles y manipulables que son los mecanismos que
protegen a los ciudadanos.
No hace aún un mes que nos despertamos con la desagradable
sorpresa de que esos coche, con cuyas virtudes nos bombardeaban y, curiosamente,
siguen bombardeándonos en las televisiones, cada pocos minutos, son no solo
sucios como cualquier otro, sino que, además, nos envenenan como ninguno. No
hace ni un mes y ya los vemos de otra manera. No hace aún un mes y estoy seguro
de que muchos de sus posibles compradores han optado por otra marca o, cuando
menos, han retrasado su decisión.
Y es que a nadie le gusta tener entre sus manos el volante
de un coche que va a ser objeto de mofa entre los amigos o que, en caso de
avería o revisión, va a encontrarse con los talleres congestionados por las
decenas de miles de revisiones y reparaciones a que tendrán que someterse los
coches de los propietarios estafados con motores trucados.
De modo que, de golpe y porrazo, una marca que hasta ahora
era sinónimo de fiabilidad y prestigio y un país que daba lecciones de rectitud
y moralidad han dejado ver que, no sólo son como los demás, sino que tienen
sobre ellos el estigma del engaño y el ventajismo. Además, de paso, este asunto
nos ha permitido a los mortales saber cómo se cuecen las habas, que también se
cuecen, en los despachos de la comisión, donde las presiones en favor de la
industria alemana consiguen que los reglamentos que se aprueban le sienten como
un guante a sus productos y que los tests para su homologación sean
benevolentes con sus defectos.
Lo que parece haber estado haciendo la comisión con
Volkswagen no es muy distinto de lo que haría un profesor que filtrase a sus
alumnos favoritos el contenido del examen en el que se juegan el curso y que,
con semejante ventaja les permite, no sólo superar la prueba, sino, también,
dejar atrás a sus rivales, posiblemente más honrados y mejor preparados.
Ahora, gracias a las pruebas realizadas en Estados Unidos a
los Volkswagen por un organismo tan estricto como competente, se ha podido
comprobar lo que ecologistas y revistas especializadas ya venían denunciando:
que los resultados ofrecidos en conducción real eran completamente distintos de
los que arroja el test de homologación en el laboratorio, para el que los
motores estaban, previamente y mediante trampa, preparados, con el resultado de
un mayor consumo y el envenenamiento del aire que respiramos todos, los que
conducen un Volkswagen y los que no.
Lo curioso es que, después de verse ante el mundo con el
culo al aire, la marca se ha limitado a exigir la dimisión de su presidente, al
que ha mandado a casa con la penosa tarea de gastarse o invertir la
indemnización de 28 millones de euros que le ha concedido como premio. También,
a señalar que el descomunal fraude que afecta a millones de vehículos de todas
sus marcas en medio mundo es obra de unos pocos empleados a los que, de
momento, tarda tanto en identificar como ha tardado en identificar los modelos
afectados.
Y, en medio de tanta inmoralidad, de tanta trampa para
vender más coches y justificar su elevado precio, los consumidores y el resto
de ciudadanos que estamos pagando tres veces o más el fraude. Una, al adquirir
un producto que, al ser devuelto a la legalidad, al hacerlo tan poco contaminante
como dicen los catálogos, perderá gran parte de sus prestaciones: la segunda,
como ciudadanos que respirarnos el aire parduzco, lleno de partículas de óxido
de nitrógeno que dejan en él estos coches trampeados; ora más, como
contribuyentes que hemos pagado con nuestros impuestos las ayudas y
subvenciones con que se premia la eficiencia y limpieza de esos motores;
ya por último como trabajadores que ven peligrar su empleo ante la caída de
ventas e inversiones que ha provocado el escándalo. Y, mientras, los verdaderos
responsables, habrán cambiado el traje y la corbata por una camisa floreada en
cualquier playa discreta.
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1 comentario:
Al final ha costado más la salsa que los caracoles....
Saludos
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