Es muy probable que a estas alturas ya nadie se acuerde de
la euforia de unos y otros tras conocerse el resultado de las pasadas
elecciones. Es más, quizá más de uno se encuentre ridículo en las fotos de
aquel día, como nos sentimos ridículos cuando contemplamos las fotos de
momentos de euforia, con el pelo lleno de confeti, los ojos brillantes y los
mofletes colorados por la mucha fiesta y la poca reflexión.
El único que aquella noche supo lo que se le venía encima
fue el propio Artur Mas, al que aquella misma noche y pese al entusiasmo de los
suyos se le heló la sonrisa y empezó a correrle sudor frío por esas espaldas
tan hechas a todo y esa capacidad para improvisar papeles que nunca han sido
los suyos. Y es que Mas, que, con sus socios, se lanzó a celebrar una victoria
que aún no tenía sus manos, lo hizo para cubrir con esa primera reacción
cualquier análisis más realista de los resultados.
Todo, porque los resultados no daban a Junts p'el sí la llave
de la gobernabilidad de Cataluña y porque, para intentar formar gobierno y
seguir adelante con "el proceso· le iba a ser imprescindible el consentimiento
de las CUP, la lista resultado de la amalgama de radicalismos varios y
contradictorios, que ante sus votantes se mostró en campaña como partidaria de
la independencia, pero también como garante de que Mas, el mismo que hizo los
recortes y ordenó su apaleamiento ante las verjas del Parc de la Ciutadella, no
repetiría en la presidencia.
El caso es que a las CUP, que quizá hayan tenido sentido y
eficacia en la política más próxima, la municipal, la ·nacional" parece
venirles grande, porque, atrapados en sus contradicciones, parecen no aclararse
en absoluto. Es lo que ocurre cuando el hermoso eslogan de mayo del 68, aquel
"seamos realistas, pidamos lo imposible", se hace realidad, porque,
cuando se alcanzan las utopías, cuando se alcanzan los objetivos, por
imposibles que parecieran, toca remangarse y ponerse manos a la obra.
Ahora, a las CUP es toca decidir. Ahora tienen que
escoger entre echar abajo las expectativas del sueño independentista o cumplir
con sus votantes, negando a Mas cualquier posibilidad de seguir al frente de la
Generalitat. Lo malo es que tal dilema esta mortalmente envenenado, porque, si
dejan paso a Mas, traicionarían la promesa más reconocible de su campaña y, si
no, empujan a Cataluña a unas nuevas elecciones, en las que habrá que contar
con el hastío de los ciudadanos y, también, con el desenmascaramiento de unos y
otros con la paradoja de que se habrán despejado ya casi todas las incógnitas
que dejaba abierta la anterior campaña.
En cualquier caso, el de las CUP, es un voto loco que las ha
precipitado ante este gran dilema, del que intentan salir haciendo política
creativa, lo de las presidencias corales o rotatorias, y proclamando sus
soflamas revolucionarias, procurando nadar y guardar la ropa, poniendo una vela
a dios y otra al diablo, algo que, en política, resulta imposible salvo que te
llames Artur y te apellides Mas.
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1 comentario:
Excelente artículo....
Saludos
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