martes, 6 de octubre de 2015

DUERME TRANQUILA, ANDREA,



Quizá cuando leas estas líneas, Andrea, la niña que se moría poco a  poco y sin remedio, anclada a una cama del Hospital Clínico de Santiago de Compostela haya zarpado por fin a un estado mejor para vivir para siempre en el cariño y el recuerdo de sus padres, su hermana y quienes, durante los pocos años que ha vivido la han querido hasta el punto de pelear contra viento y marea, contra toda la burocracia y le hipocresía jutas, de una vez,  para poder cumplir su último acto de amor, permitir que se fuese poco a poco, como en un sueño, y sin dolor.
A las horas en que estéis leyendo estas líneas yo, como tantas veces, estaré cruzándome en las salas y pasillos de un hospital con los médicos, personal de enfermería, pacientes y familiares que día tras día comparten dolor, miedos y esperanzas en ese universo al que van a parar y en el que nacen tantos sueños. Hay que frecuentar un hospital para comprobar la grandeza t la miseria del ser humano, para comprobar como aflora y crece la dignidad del ser humano allá donde uno esperaría sólo resignación, porque unos y otros son capaces de darnos lecciones de dignidad y vida cada día.
A veces lo hacen con actos sencillos, cotidianos, con una caricia, una sonrisa o una palabra cariñosa, otras con una fuerza y una firmeza inimaginables. A veces, las decisiones más razonadas, no vienen de aquellos a los que se les suponen saber y prudencia. A veces, el cariño acaba por imponerse a los credos y los escrúpulos de quienes, demasiado acostumbrados al dolor ajeno, "vacunados" en cierto modo para poder sobreponerse a él y que son incapaces de entender que hay fronteras muy tenues, tan sutiles que es fácil sobrepasarlas sin querer.
Es lo que ha estado ocurriendo en el Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela, en el que se ha estado manteniendo con vida, pero sin esperanzas, a una niña de doce años que, a causa de una rara enfermedad neurodegenerativa nunca pudo caminar ni hablar, aunque, quién puede dudarlo, siempre estuvo en contacto con sus padres que, a partir de un momento dado, después de haber hecho y sufrido lo imposible y tras una crisis que agudizó aún más el estado de  Andrea, la niña, pidieron a los médicos que acabasen con esa eterna agonía suspendida mediante la asistencia vital que se le proporcionaba en el centro.
Lo más absurdo de esta situación que obligo a  Estela y Antonio, los padres de Andrea, a ponerse bajo el foco de los medios de comunicación, para reclamar parea su hija algo tan sencillo, pero al parecer tan complicado, al menos en ese hospital, como una muerte digna o, como explicaba con sencillez Estela, dejarla irse sin dolor.
Fue necesario llevar el drama fuera de las paredes del hospital, incluso ponerlo en manos de la justicia, para que los médicos y la dirección del centro accedieran por fin ayer y, tras la intervención del juez a atender los deseos de los padres de Andrea. Dicen los médicos que, si finalmente tomaron la decisión de retirar la alimentación a la niña y sedarla fue porque ayer sufrió un empeoramiento de su estado, curiosamente horas después del cese dimisión de la consejera de Sanidad de la Xunta, a quien, pese a que, según la comisión de Érica del centro, se ajustaba a regulación de la muerte digna vigente en Galicia, no le dolieron prendas a la hora de calificar lo que pedían Antonio y Estela, después de doce años de lucha, como eutanasia activa.
Quizá no sepamos nunca si el agravamiento del estado de Andrea fue real o sólo fue una coartada para desandar el empecinamiento de un equipo médico incapaz al parecer de discernir entre vida y vida con esperanza, por pequeña que sea, o muerte y muerte digna. Quizá el cese-dimisión de Rocío Mosquera, la misma conselleira del desastre organizativo del Hospital de Vigo, haya liberado a los médicos de una carga ya insostenible. Tampoco lo sabremos. Lo cierto es que, en unas horas, la pequeña Andrea soltará las amarras que la atan a una vida que no lo es y dormirá ese sueño tranquilo por el que tanto han luchado sus padres. 
Duerme tranquila, Andrea. Tus padres velan tu sueño, como cuidaron de tu vida. Duerme tranquila, porque quizá otros niños como tú y otros padres como los tuyos ya no tendrán que pasar por lo que vosotros pasasteis.


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