jueves, 10 de septiembre de 2015

SEMBRAR EL ODIO


Quién no se ha escandalizado en las últimas horas con las imágenes de ese monstruo enmascarado que, cámara en mano, en lugar de centrarse en el dolor, el miedo y la ansiedad que reflejan los rostros cansados de quienes cruzan furtivamente la frontera que separa Serbia de Hungría, se concentra en las espinillas de los refugiados para, sin importarle su edad, con zancadillas o patadas, tratar de dar con sus huesos en el suelo y facilitar así su detención por la policía que, una vez identificados, no les dejarán proseguir su viaje a Alemania o Suecia.
Qué le habrán contado a Petra Lazslo, que así se llama el angelito, con qué mentiras habrán lavado el cerebro de esta reportera para mostrarse  tan cruel con gente tan indefensa, para comportarse con una vileza que ni el más cruel de los guardias se comportaría. Pienso que la mascarilla que cubre su nariz y su boca ilustra a la perfección todos sus prejuicios, es como un filtro, como una barrera que impide que la realidad, ese dolor, ese agotamiento, ese miedo, afecte a sus sentimientos, si es que aún, cosa que dudo, los tiene.
Afortunadamente, Petra Laszlo es una excepción en esa profesión que ha sido y sigue siendo la mía, al menos sobre el terreno, porque otra cosa son quienes cada día patean, desde sus columnas y desde los platós de las tertulias televisadas, el culo de la verdad y las espinillas de sus víctimas catódicas, motu proprio o por encargo, zancadilleando la conciencia de toda esa ente acrítica, que les sigue sin apenas plantearse que lo que dicen sea, no ya una exageración, sino simplemente cierto.
A Petra Laszlo -qué ironía que lleve el mismo apellido de su compatriota en la ficción, el héroe de la Resistencia que salva Rick en "Casablanca"- hay que agradecerle su torpe sinceridad, su fanatismo y esa irracional ceguera que nos ha permitido comprobar que en la prensa y entre los periodistas no todos ni siempre trabajan al servicio de la información y la verdad. Y es que, como digo, son muchos los que le dan patadas y trabajan con mascarillas que les aíslan de todo aquello que no quieren ver.
Pero ni Petra Laszlo ni tan siquiera otros periodistas como ella, que sin duda los hay, son los únicos responsables del rechazo a quienes vienen a nuestra casa buscando refugio o, por qué no, una vida mejor para ellos y sus familias. Los verdaderos responsables son quienes hablan de tapar goteras en vez de repartirlas, quienes hacen cuentas con el dolor de los demás, quienes insinúan que nos van a quitar el trabajo, quienes les achacan enfermedades o quienes les culpan sin ningún escrúpulo  de la inseguridad en las calles o del terrorismo.
No hace falta ser un lince para deducir que el gobierno de Hungría está llena de personajes como Rajoy, Fernández Díaz, Montoro, García-Margallo, Catalá o Báñez. Tampoco, para sospechar que en sus televisiones hay personajes como Alfonso Rojo, Eduardo Inda o Paco Marhuenda. No hay que ser muy listo para sospechar que toda esa crueldad concentrada en la puntera de la bota de Petra Laszlo, que paradójicamente es zurda, se alimenta de pequeñas esas pequeñas y cotidianas píldoras de rencor mentiroso que, como cada gota del agua calcárea las estalactitas, van levantando esas gigantescas catedrales de prejuicios que alimentan el odio. 



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