lunes, 30 de junio de 2014

UN ERE EN LA POLÍTICA


Acabo de escuchar a Iñaki Gabilondo referirse en su habitual comentario a lo único que parece interesar a los medios en estos primeros días de calor del verano. Dice, y dice con razón, que lo único que parece preocupar a este país, especialmente a su derecha, es la crisis de la izquierda. Y es que al parecer pesan más el número y los orígenes de los avales a las candidaturas a la secretaría general del PSOE que el de niños que viven hoy bajo el umbral de la pobreza en España o en grave riesgo de traspasarlo. Algo que, si no fuésemos tan egoístas, si no viviésemos tan pendientes de nuestro ombligo o de esos platos vacíos tan cerca de nuestras casas, nos debiera preocupar.
Tenemos que reconocerlo. Los ciudadanos somos egoístas, muy egoístas. No somos capaces de ver que la irrupción de la izquierda hasta ahora extraparlamentaria en los ayuntamientos, los parlamentos autonómicos, el Congreso y el Senado pone en serio peligro sus cómodos puestos de trabajo, algunos ya con décadas de antigüedad, y los de sus asesores y colaboradores. Y esto, que durante demasiado tiempo fue tan sólo una utopía, quimera diría el viejo rey, está sustanciándose cada vez con más brío, poniendo en duda la titularidad de un importante número de escaños que los grandes partidos consideraban ya como su patrimonio.
Cuando los hombres y mujeres de Podemos, Guanyem, Ganemos o como quiera que se llamen la lista o las listas que presente esa izquierda alternativa en las próximas convocatorias electorales ocupen esos escaños, muchos políticos profesionales se van a quedar sin su puesto de trabajo, un puesto que, en algunos casos, es el único que han tenido. Por eso están preocupados. Por eso, incluso en la derecha, hay más interés en el futuro del PSOE o IU que en el paro, la pobreza o esa malnutrición que algunos, como quienes gobiernan Madrid se niegan a ver. Porque esto último no afecta a sus sueldos ni a sus pensiones y la crisis que viven sus "colegas" sí.
Pero se equivocan, porque lo ocurrido en estos últimos meses, con el lógico aunque inesperado corolario de las europeas no hay que leerlo como un terremoto en la izquierda sino como un terremoto en el país que ha perdido la fe en quienes han vivido más pendientes de la metapolítica que de la misma política que, al fin y al cabo, debería ocuparse de resolver los problemas de los ciudadanos y no los suyos exclusivamente. No han querido verlo, borrachos de poder y privilegios, y más pronto que tarde lo van a pagar, porque son tantos los vicios adquiridos y tan pocas sus ganas de renunciar a ellos y rehabilitarse que no van a tener el tiempo suficiente para maquillarse y componerse ahora que se les ha visto revueltos en el mismo fango unos con otros.
Tal parece que el país, los votantes, corrigieron en las europeas años y años de derechización del PSOE y que quienes dieron todo el poder a Rajoy sintieron vergüenza o arrepentimiento de haberlo hecho y el 25 de mayo prefirieron quedarse en casa y eso, en política, es malo, porque lo que se consigue poco a poco, gota a gota puede perderse a borbotones. Una dura realidad que a más de uno puede dejarle en la calle, no sin que antes intente poner toda la carne en el asador para impedirlo.
Eso es lo que están haciendo desde el aparato de los grandes partidos, y no me refiero sólo a PP y PSOE, eso y no otra cosa ha sido la lucha por los avales, en la que las estructuras internas del PSOE, movidas aún sorprendentemente por José Blanco, tuvieron mucho que decir, diga lo que diga el lindo candidato Pedro Sánchez, que salido de un casting, pretenden que pase del anonimato de uno de esos escaños del montón a convertirse en protagonista de ese PSOE serie B que algunos pretenden de caras nuevas y viejas ideas.
Creo que fue Madona quien dijo que la solución a los problemas del PSOE está en más socialismo, lo que no creo es que ese socialismo esté ahora en los despachos del partido, porque, si el PSOE quiere recuperar la confianza de los votantes que no hace tanto tuvo, no le queda otra que abrir puertas y ventanas y dejar que el aire fresco se lleve tanto fantasma y tanto vicio como se esconden en ellos.
Si las cosas no cambian y, de momento, sólo pueden cambiar a peor para ellos, los políticos españoles se van a ver envueltos en un ERE en el que muchas "viejas glorias" y muchas verdades absolutas van a dejar paso a gente nueva, surgida de la calle y de los problemas, y a nuevas soluciones. Fundamentalmente, porque, este país y su democracia necesitan salir cuanto antes de esta crisis, con o sin sus viejos políticos, y yo, más bien me inclino pensar que será sin ellos o no será. Así que bienvenido este ERE que, por una vez, estará en nuestras manos.


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