Henos aquí, hablando desde hace ya tres días de lo que dijo
o no dijo el rey a sus allegados sobre su abdicación, de las fechas que barajó
para ello o de los detalles de la ceremonia de proclamación, que no coronación
como dicen algunos en este país desmemoriado y peor ilustrado en la que ha sido
su historia reciente, cuyos informadores parecen ignorar sin que nadie les
rectifique que el rey Juan Carlos nunca se ciñó la corona... llevamos tres días
hablando, decía, mientras profesores y padres de alumnos temen la llegada de
las vacaciones, porque saben que muchos de sus alumnos, de sus hijos dejarán de
recibir la única comida decente que hacen al día, precisamente la que les
sirven en el comedor escolar, que cerrará sus puertas el último día de este
mes.
Cuentan algunos maestros que, cuando regresan sus niños de
un fin de semana largo o de uno de esos puentes endemoniados que salpican
el calendario laboral en este país, los encuentran cansados, faltos de atención
y somnolientos, que cuando les sirven la comida, se abrazan a ella como sólo un
niño sabe abrazar aquello que quiere, necesita y sabe que puede perder: una
madre, un juguete o un plato de comida. Lo saben los maestros y lo saben, y lo
padecen, los niños y sus padres, que a duras penas reúnen el dinero
imprescindible para pagar el alquiler o la hipoteca y algún que otro recibo
urgente, con una barra de pan, chóped, un litro de leche y algo de pasta y
salsa de tomate tienen que oficiar cada día el milagro de una cena. Y lo sabe,
cada vez más, la calle.
No lo sabe este gobierno, no lo saben estos gobiernos, estos
partidos inhumanos, que, para no tener que tomar medidas o parea que la realidad
no les estropee su cuento de hadas, lo niegan. Lo acaba de hacer el presidente
madrileño que ha negado con rotundidad la existencia de niños malnutridos en su
territorio, para no tener que forzar la apertura de los centros escolares, para
que, en ellos, voluntarios y organizaciones no gubernamentales sigan sirviendo
esas comidas milagrosas que resuciten a nuestros niños.
Ignacio González, que no ha visto malnutrición en su ático
de Marbella y ve guerrilleros en Podemos y lucha armada en su programa,
prefiere ignorar a estos niños que podrían estropearle su plan maestro tan
ajado ya y tan alejado de la realidad que podría, esta vez, no servir para
ganar otras elecciones, si es que, desde su cueva de Génova, el gallego
impasible decide que sea el candidato.
Ese plan maestro no es otro que anunciar una nueva bajada de
impuestos, adelgazar aún más la caja de todos para llenar la bolsa de algunos,
haciendo creer a unos cuantos imbéciles, lo siento pero ese es el calificativo
que me merecen quienes no escarmientan, que defienden sus intereses y no el de los
empresarios, rentistas y oligarcas.
Estoy seguro de que el todo aparato, toda la pompa, toda la
circunstancia que se exhibirá para celebrar la proclamación de Felipe VI como
rey nos va a costar más que mantener abiertos los colegios españoles para
repartir comidas entre los niños de familias al borde de la pobreza. Esa y no
otra es la España real, la que no consigue ocultar la propaganda y, encuesta
tras encuesta, aflora en los datos, algunos del propio Gobierno. Sería un
bonito regalo del nuevo rey a los españoles renunciar a todos esos fastos y
entregar ese dinero a quienes, desde la calle, desde la realidad, tratan de
poner remedio a esta locura cruel e injusta en que vivimos.
Ahora bien, llegado a este punto quiero dejar claro que,
pese a lo encomiable de la labor de los bancos de alimentos como el de Madrid o la
fundación Educo, esta
solidaridad de urgencia, un poco por sentido de culpa, un poco por demostrarnos
que somos mejores, no debería nunca suplir a la verdadera solidaridad, la que
según Zapatero ya no sería de izquierdas, que no es otra que la de
recaudar de manera razonable y justa los impuestos, a los ricos, más, a los que
obtienen riqueza de su riqueza, más también y a los trabajadores, lo justo.
Esa es la verdadera solidaridad y os aseguro que si esa
solidaridad funcionase no habría hambre ni niños derrotados por ella en los
colegios.
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