La pregunta que todo el mundo se hace estos días es la de
por qué el Gobierno se está dando tanta prisa en aforar al rey abdicado para
siempre y en todo, en lo que tiene que ver con el ejercicio de su anterior
cargo y en lo que haya dicho o haya hecho y diga o haga ahora o en el futuro.
Pues bien, creo que la cosa está clara: para que Juan Carlos de Borbón no tenga
que pasar por esto por lo que está pasando su hija.
El fuero del rey se decidió hace casi cuatro décadas, en un
momento en el que difícilmente eran imaginables una judicatura sin castas o
unos medios de comunicación no controlados, pero hoy, aunque no siempre, está
ampliamente superado. Nuevas generaciones de jueces, procedentes de todos los
estamentos sociales, y nuevas formas de comunicación han dejado obsoletos el
respeto y el temor incondicionales a la figura del rey.
Quién puede creer a pies juntillas en la inocencia absoluta
del rey, cuando ha gozado de una vida, no ya privada, sino secreta, que le ha
permitido, entrar y salir, comprar y vender o amar y desamar, al margen del
conocimiento si no de la justicia, sí del propio Gobierno. Tengo la impresión
de que viajes del rey, que no acabaron en rotura de cadera como el de Botswana,
ha habido muchos y que nunca sabremos qué hacía y con quién en esos viajes.
Es muy posible que, al contrario de lo que yo pensaba en un
principio, puesto que creí que el rey abdicado seguiría en el trono hasta que
concluyese el juicio por el caso Noos para proteger a su hijo. Hoy creo que, si
se ha ido, ha sido para proteger a la misma corona que, con Felipe VI, llega al
posible juicio oral sin que, al menos particularizado en el monarca, exista
responsabilidad alguna que en el caso de Juan Carlos sí existía, al menos por
no haber impedido los desvaríos de su yerno y su hija o por no haber tomado a
tiempo las medidas correctoras que cabía esperar. Y, desde luego, no es lo mismo, habiendo sido rey verse sometido a la instrucción de un juez nacido en un barrio obrero de Madrid, Bilbao o Cádiz que verse escrutado por magistrados del Supremo con pedigrí y contacto con el poder establecido.
No son las mismas las obligaciones morales que tiene un
padre para un hijo que las que tiene un hermano para una hermana. Además,
aunque ahora la ley diga otra cosa el jefe de la familia real española ha sido,
y creo que lo seguirá siendo, Juan Carlos de Borbón y, por tanto, el actual rey
quedaría al margen de toda posible responsabilidad.
Ahora sólo espero que la Casa Real no se inmiscuya en el
procedimiento abierto contra la infanta y su marido por el caso Noos. Espero
que sus responsables sean más hábiles y prudentes de lo que lo fue durante los
últimos meses del reinado de Juan Carlos, espero que ni el Gobierno ni los
responsables del Poder Judicial o la Fiscalía ni, mucho menos, el Gobierno
interfieran en el que debería ser normal desarrollo del procedimiento y que, de
una vez por todas y sin excepciones, se cumpla la máxima que, no sé con qué
grado de sinceridad, hizo suya Juan Carlos hace año y medio, esa de que
"todos somos iguales ante la ley". Espero que, cuando la sociedad
pide a votos, una regeneración de las instituciones y una renovación de esos
rostros demasiado conocidos ya y de esos culos encallecidos de haberse sentado
durante décadas en las mismas poltronas del poder, la justicia no nos defraude
una vez más.
Con la noticia de hoy, la de que un juez decide sentar,
queda por saber si lo consigue, a la hermana del rey en el banquillo, se
iluminan, y no sabéis como, las oscuras razones no explicitadas aún para este
aforamiento exprés del rey, porque lo dicho hasta ahora no son más que
argumentos peregrinos, gilipolleces, que van desde el realismo mágico al
sentimentalismo romántico, para no dar la respuesta correcta, la que estamos esperando, para no decir que es precisamente esto, lo que acaba
de pasar, lo que tratan de evitar al viejo monarca.
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