Qué gran verdad esa de que "la cabra siempre tira al
monte" o, como lo decía un viejo compañero, "no hay que luchar contra
el destino, porque el que nace tostón, muere gorrino". Se encarga de confirmarlo
a cada paso que da el hoy ministro de Justicia y, en tiempos, brazo derecho y
delfín suplente de Fraga en Alianza Popular, el partido en torno al cual se
organizaron la oligarquía y lo más ilustrado y no por ello menos cerril del
franquismo.
Alberto Ruiz Gallardón lleva años, qué digo años, lleva
décadas vistiéndose de seda para olvidar su pasado franquista, no olvidemos
que, siendo otra vez fiel al refranero, hizo bueno el "cada oveja con su
pareja" y casó con la hija de uno de los ministros más azules de Franco,
ni que décadas también humedeciendo su lengua en el vaso de los superlativos aduladores.
Lleva también años utilizando el poder que los ciudadanos, acertadamente o no,
en eso no entro, han puesto en sus manos, en su propio beneficio, tejiendo “círculos”
de amistad y sacando a pasear un cierto prestigio cultural, más de guardarropía
que otra cosa, con los que intercambiar favores fidelidades y simpatías, en las
que apoyarse, para lograr su objetivo final, supongo que abandonado ya, de
llegar un día a La Moncloa.
A fe que lo hizo bien, porque, durante un tiempo fue el
presidente, después alcalde, de la ópera y la cultura, el político al que
gustaba figurar, y no en segundo plano, en todos los acontecimientos que se
terciaban. Le encantaba salir en los periódicos rodeado de autores, músicos y
actores y aparentaba sentirse incómodo en todo lo demás, procesiones, verbenas
y festejos, a los que tan dada es su enemiga y compañera Esperanza Aguirre. Y
lo cierto es que, de algún modo, logró esa pátina que buscaba y, como diría un
castizo, "dio el pego", consolidándose como un buen cartel electoral
en Madrid.
Pero le pudo la ambición, se le nubló la vista ante la
posibilidad de obtener una cartera ministerial o, quién sabe, vio que el Madrid
de los grandes festivales, las obras y los fastos faraónicos, el del sueño
olímpico, para mí pesadilla, se esfumaba y se quitó de en medio, dejando para
la torpe Ana Botella los marrones que, como fruta madura, al sol de la crisis,
inevitablemente comenzarían a caer. Debió pensar que, a veces, lo mejor de un
puesto no es estar en él sino dejar de estar en otro y desplego su bandera de
disponible ante los ojos de Rajoy que, taimado como es, le colocó en el
ministerio que peor servía a sus pretensiones de ganar prestigio, puesto que no
había nada que inaugurar y apenas nada lucido que gastar, pero la ambición le
cegó y aceptó Justicia.
Y se ve que el cargo, rancio y sin apenas flashes ni focos,
le aburría, por lo que se empeñó en dejar huella a costa de lo que fuese y,
como si de un repartidor de pizzas a domicilio se tratase, se puso manos a la
obra para llevar a Moncloa en su vespino todas cuantas “leyes Gallardón” le
fuesen sugeridas, así que, una tras otra sus reformas, apresuradas y curiosamente
"ilegales" fueron filtradas, insinuadas y presentadas, para ganarse
un poco del brillo y el glamour perdido en su nuevo destino. Leyes que,
también, una detrás de otra han acabado en el taller.
De todas ellas, al margen de su prêt-à-porter y mal cosida
"Reforma de la ley de Justicia Universal", la más sonada ha sido su
machista, misógina, chapucera, innecesaria, retrógrada y, sobre todo injusta
reforma de la legislación que regula el aborto en España, que la ha valido
entre otras cosas, el apodo de ministro de la Injusticia, y en cuya defensa ha
dejado ver el verdadero retrógrado que se esconde tras ese amaneramiento y
cursilería que le acompaña.
Gallardón, como el gran machista que es, se retrató
justificando en la presunta debilidad de la mujer, a la que retrató en una memorable
sesión del Congreso como incapacidad de tomar decisiones por si misma o de
resistir las presiones de la sociedad que, según él, le empuja inevitablemente
al aborto. El ministro se presentó como una especie de Guerrero del Antifaz -yo
era del Capitán Trueno- dispuesto a rescatar a las damas de las garras de esta
sociedad que las empuja a las clínicas donde se interrumpen los embarazos, eliminando
de un plumazo, no ya la libertad de las españolas para tomar una decisión
responsable, sino cualquiera de los supuestos en los que, antes de la reforma
de Zapatero, se refugiaba esa libertad.
Pero, como la mona, por más que se vista de seda, mona se
queda, el ministro volvió a retratarse en el Consejo de Ministros del pasado 30
de mayo, al que llevó su visto bueno al indulto a un guardia civil condenado
por omisión del deber de socorro, al permitirse grabar con su teléfono móvil
entre risas las agresiones y vejaciones a las que un amigo sometió a una mujer en
el compartimento del vagón del tren en que viajaban, en lugar de impedirlas y asistir
a la víctima, al que no sólo como cualquier ciudadano, sino como servidor del
orden que es.
Y, si indignante es que, en pleno siglo XXI, un gobierno que
se dice democrático perdone un delito como ese a un funcionario encargado de
perseguirlo, más lo es enterarse de que el indultado es hijo de un concejal del
Partido Popular en la Pola de Lena. Y es que si malos son los indultos, peor es
que se mezclen con la agenda del que los lleva a la mesa del consejo y más, si
tan deleznable comportamiento se repite, porque no olvidemos que un indulto
anterior, propuesto también por
Gallardón, a un conductor kamikaze causante de una víctima mortal, resultó aún
más escandaloso al saberse que el beneficiado era cliente del despacho de
abogados en que trabaja uno de los hijos del ministro.
Gallardón, siempre que puede, se retrata. Y lo hace por acciones
u omisiones. Y, en este punto, planteo esta pregunta ¿Alguien se ha sentido
intrigado por el hecho de que este ministro, tan retrógrado en algunas cosas,
haya celebrado matrimonios entre homosexuales y no haya hecho el menor intento
de reformar la ley que los regula? Pues por una razón muy sencilla. Es también
una cuestión de agenda y entorno que le honraría, si no resultase
discriminatorio, injusto y arbitrario.
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1 comentario:
Magnifico articulo, Javier y estoy de acuerdo en todo.
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