Lo explicaba Pedro Lazaga en su película "Los
tramposos" y lo hacía con esa amarga ternura que tuvo como seña de
identidad el cine español hace medio siglo. Estoy hablando, claro, del timo de
"la estampita", uno de los timos que más se ha practicado en esta
tierra de pícaros y miserables que, casi a partes iguales, ha sido y es España.
Un timo en el que los tramposos se aprovechan de la ciega codicia y de la falta
de escrúpulos del engañado, del mismo modo que, en el judo, se aprovecha la
fuerza y el ímpetu del contrario para derribarle. En la película de Lazaga, un
tonto -entonces nada era políticamente incorrecto, ni siquiera la dictadura- se
pasea por los alrededores de la vieja Estación de Atocha, a la que no llegaban
los AVE, pero si los que traían a la capital a los "paletos" que
acudían a ella para cerrar algún negocio, hacer algunas compras y, de paso, ir
a las "revistas" y, si se terciaba, echar una canita al aire. Y era
precisamente uno de esos paletos el escogido como víctima por el
"tonto" y su compinche, el gancho, que se encargará de desatar la
codicia del "primo", disipando cualquier asomo de escrúpulo que
pudiera quedar en él.
Elegida la víctima, el tonto le enseñaba un sobre lleno de
"estampitas", del que sacaba un billete de curso legal que hacía ver
que creía un cromo. Era un billete "de los grandes", como esos de los
que, según él, tenía el sobre lleno. Entonces, una vez captada la atención del paleto,
entra en escena el gancho que acaba por convencer al primo de que alguien
acabará aprovechándose del pobre tonto y de que lo mejor que puede hacer es
cambiarle las estampitas por las que él, su dinero, trae del pueblo. Después de
un "tira y afloja" en el que el tonto defiende sus estampitas,
provocando oleadas de avaricia del paleto que, finalmente, accede a cambiar sus
cromos por el dinero que la da la pobre víctima. Una vez consumado el timo, los
protagonistas de la farsa dejando a solas al timador timado que, una vez
comprobada su "desgracia, no puede denunciar a los timadores, porque,
hacerlo, además de dejarle como tonto, le delataría en su intento de tratar de
aprovecharse del pobre tonto.
Por qué, os preguntaréis, nos cuentas todo esto. Pues,
sencillamente, porque la escena, interpretada magistralmente por Tony Leblanc y
Antonio Ozores, se parece mucho a la que, desde el viernes, viene interpretando
el Gobierno, apoyado por la prensa que aquí ejerce de gancho, para cambiarles a
unos cuantos ciudadanos codiciosos y poco escrupulosos, un sobre lleno de
tramposas reformas que benefician sólo a unos pocos, agitando en sus narices
una presunta bajada de impuestos, perfectamente compensada con subidas en
impuestos indirectos, destinada a ser la coartada para bajarle los impuestos a
esa minoría cualificada del IBEX 35 y los grandes oligarcas, para la que
trabajan estos canallas a los que no les importa manchar el nombre de España,
llevándolo, a cambio de no sabemos qué, de pasmarote a una cumbre africana
organizada por el tirano Obiang.
No tienen vergüenza ni límite. Por eso han preparado este
sobre de estampitas, para conseguir los votos de esos insolidarios a los que
cada día el gancho de la prensa amiga del Gobierno, casi toda, anima a darle
sus votos para quedarse con el paquete de estampitas. Por eso creo que ahora es
el momento de abrir los ojos a tanto codicioso como hay y de explicarle que lo
que quiere el Gobierno, seguro ya de que no repetirá en La Moncloa, son esos
votos que necesita para asegurarse, cuando menos, algunos sueldos de concejales
y diputados para los suyos, especialmente ahora que los sobres de Bárcenas ya
no llegan.
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