viernes, 13 de junio de 2014

VOLVER A HACER EL CAMINO


Hace apenas unas horas me lamentaba en Facebook de estar censado en Madrid y mis lamentos no tenían que ver con esa relación de amor odio que siempre he mantenido con la ciudad en que nací y he vivido toda mi vida, sino con la evidencia de que tendré que privarme de votar a una mujer, Ada Colau, el personaje más interesante de los aparecidos en la política española en los últimos años, si, finalmente, decide presentar su candidatura a la alcaldía de Barcelona al frente de una plataforma ciudadana de izquierdas. De hecho, ya en las pasadas elecciones tenía claro, y así se lo hice saber a quién me quiso escuchar, que mi voto hubiese sido para la candidatura que la llevase en sus listas. 
Supongo que, cuando hace unos meses, la mujer que, al igual que en su día hizo Pilar Manjón, tuvo el valor de acudir al Congreso para cantar a sus señorías "las verdades del barquero", decidió dejar la Plataforma Antidesahucios, más de un político "profesional" se echaría a temblar, porque resultaría imposible luchar contra quien, a muchos, nos sirvió para recuperar la fe en la sociedad y en la política real, la que nace en las calles y surge de los problemas para buscar soluciones, la que no toma gin tonics a tres euros sin más riesgo para su salud que el que produce el consumo excesivo de alcohol, la que, por sus ideas, es capaz de dormir al raso lo que haga falta o la que está tan convencida de que lo que hace es lo justo, que decide, poner en riesgo su integridad y su libertad, para señalar, con nombre, apellidos y dirección a los responsables, por acción u omisión, de que decenas de miles de ciudadanos hayan perdido sus hogares.
Y a todo esto, los profesionales de la política y, sus monaguillos, los medios, sin ser capaces de ver que algo estaba renaciendo en la sociedad, sin ser capaces de entender que la calle, la sociedad movilizada, que es la que se transforma y transforma, tenía por fin un objetivo irrenunciable y una personalidad a la que seguir, porque hablaba su lenguaje y de sus cosas. Por eso se sorprendieron tanto cuando Podemos obtuvo cinco escaños en el Parlamento Europeo y más se hubiesen sorprendido, os lo aseguro, si en alguna de las listas para Estrasburgo hubiese figurado Ada Colau, porque no me hubiese extrañado que hubiese multiplicado el éxito dela izquierda, movilizando el voto de muchos abstencionistas.
Ada Colau supo ponerse al frente, o al menos prestar su cara y su voz, a una legión de ciudadanos de todas las clases sociales heridos en lo más profundo del sueño de todo ciudadano, su derecho a tener un techo bajo el que cobijarse después de que la codicia de los banqueros, amparados en leyes injustas que ni el PP ni el PSOE quisieron cambiar. Su determinación y la firmeza de todas y cada una de las iniciativas emprendidas por la PAH llevaron al PP, al Gobierno y a su prensa a tratar de manchar su nombre a todos los niveles, relacionándola, incluso, con la banda terrorista ETA. Todo en vano, porque quien, al contrario de lo que ocurre con otros, lleva la verdad escrita en la cara siempre sale adelante y convence.
Viendo lo que ha conseguido la PAH, surgida como tantas cosas buenas del 15-M, no puedo por menos que recordar lo que supuso el movimiento ciudadano y vecinal en la España de los últimos años de la dictadura y en los primeros de la tan cantada Transición y que no fue muy distinto de lo que encarnan Ada Colau y sus compañeros. Ellos consiguieron, identificando los problemas de los barrios y peleando por solucionarlos, que muchos españoles que habían sufrido desde la resignación y el silencio los abusos de la dictadura se reconociesen, se hablasen y se organizasen para sumar sus fuerzas. Y doy fe de que lo consiguieron, convirtiéndose en un nuevo semillero, junto a la universidad y los sindicatos, de dirigentes capaces de conducir a la base social de este país en los nuevos tiempos que se avecinaban.
Pero  lo que fue bueno para una cosa lo fue malo para otras y los partidos políticos, que se habían apoyado en las asociaciones de vecinos para reimplantarse en la sociedad, comenzaron a recelar de la fuerza de esa gente que se reunía en locales destartalados y se organizaba tanto en pedir un semáforo como en organizar bibliotecas y grupos de teatro. Por eso se las cargaron, porque le s estorbaban en su política "grande" y, sobre todo, lejana.
Ahora, cuarenta años después, toca volver a hacer el camino, con la lección bien aprendida esta vez. Parece que Ada Colau está dispuesta a emprenderlo y parece que hay, también, gente dispuesta a seguirla. Yo, como digo estaría encantado de vivir en una ciudad tan hermosas como Barcelona, entre otras cosas, para poder votarla.


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