Por primera vez en mucho tiempo he escuchado a un miembro de
la dirección del PSOE y no sólo me ha gustado lo que ha dicho, sino que,
además, lo he creído. Estoy hablando de la presidenta andaluza, Susana Díaz, el
mejor cartel que tiene hoy el asolado paisaje del PSOE, cuando esta mañana ha
anunciado, en los micrófonos de la SER y antes a la ciudadanía que al cesante
Alfredo Pérez Rubalcaba, que no se postula para la secretaría general porque
prefiere dedicarse, como, por cierto, había prometido a la comunidad que
preside desde hace nueve meses.
El gesto de esta hija y nieta de fontaneros, única casta a
la que asegura pertenecer, no es tan heroico como podía parecer, porque una
delegación tan poderosa como la andaluza, entregada a esta mujer a la que debe
su resurrección en las urnas, incluso en estos tiempos de ERE, le garantiza el
control de lo que acabe por suceder en el congreso extraordinario del partido y
el posterior control del PSOE sin tener que presentar su candidatura.
Pese a todo, pese a que no puedo olvidar ese dato, he de
confesaros que su discurso suena distinto en mis oídos, quizá porque se le
entiende todo lo que dice, porque no es esfuerza en maquillar la realidad,
quizá porque, pese a haber invertido en Andalucía la tendencia descendente de
los resultados socialistas, no duda en reconocer el desastre histórico del
partido a nivel nacional, quizá porque reprocha a sus compañeros que aún no
sean conscientes de ese desastre, quizá porque no intenta teñir de radicalismo
su discurso, como hacen otros, para contrarrestar el ascenso de fuerzas
emergentes como Podemos o su socio en el gobierno andaluz, Izquierda Unida..
El caso es que Susana Díaz perece una mujer tranquila que
tiene poco que ocultar en su pasado y que, por el contrario se enorgullece y
presume de un origen humilde que otros parecen tratar de esconder, algo que es
demasiado habitual entre quienes hinchan currículos e inventan biografías,
olvidando que, también en ello ha hecho hincapié Susana Díaz, gracias al
esfuerzo personal y la enseñanza pública han podido llegar a donde están.
Bien es verdad que la presidenta andaluza se coloca al lado
de su partido en asuntos tan cruciales como el de la abdicación del rey o un
hipotético referéndum sobre la disyuntiva monarquía o república. En eso, se pone
sin más del lado de la Constitución, espero que contemplando también su imprescindible
reforma. Pero su mensaje no suena en absoluto paternalista ni autoritario, como
ocurre con el de muchas viejas glorias de su partido, incluido, quizá a la
cabeza de todos, el que un día fuera su modelo, Felipe González.
No sé cómo afectará el poder a Susana Díaz, no sé cuánto
tratará de "mangonear" en su partido revestida de la buena estrella
que la acompaña desde que se hizo cargo del gobierno andaluz, pero dice
mucho a su favor el haberse remangado para bajar a la calle y recorrer pueblo a
pueblo el único territorio en que, junto a Extremadura, los socialistas ganaron
las últimas elecciones, lo que sé es que su discurso sin estridencias suena
nuevo y de izquierdas, entre otras cosas, porque no pretende mimetizar a esa
derecha que tanto daño ha hecho y hace a este país, con el silencio o el apoyo
del partido que parece querer transformar.
Después de haberla escuchado, me quedo con la sensación de que no he oído nada nuevo, quizá porque coincido con ella en muchas cosas, quizá porque, en efecto, mucho de lo que dice ya lo he oído antes. Y, sin embargo os aseguro que, en su voz, con su aparente buen talante, lo que dice suena distinto. Ojalá no me equivoque, pero ese discurso de Susana Díaz y,
sobre todo, su decisión de quitarse del camino del congreso, dejando a los
apolillados barones con la palabra en la boca, me gustan.
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