viernes, 6 de junio de 2014

LA GENERACIÓN DEL REY


Como dicen que les ocurre a quienes, de repente, se ven al final de sus días, los últimos años de la vida de los españoles están desfilando ante nuestros ojos a toda velocidad y con la perspectiva tramposa o, quién sabe si sabía, del que ya conoce el final. Y, como ocurre en estos casos, comparamos los tiempos y sobre todo a las personas.
Yo, por ejemplo, echo de menos a todos aquellos que lo dieron todo por un cambio que, al final, hicieron otros. Echo de menos ese espíritu de sacrificio de aquella generación que luchó por el cambio que, quienes lo hicieron, nos exigieron a todos, mientras ellos quedaban en un limbo que, para nuestra desgracia, acabó institucionalizándose. Echo de menos a todos esos hombres y mujeres con retrovisor y pasado al que mirar que nos hablaban de principios y de dignidad, a los que poco a poco fuimos, fueron, llevando al silencio.
Esa generación, salvo casos excepcionales, como el de Santiago Carrillo o, en el lado opuesto, el de Manuel Fraga, quedó bloqueada por esa otra de los Suárez, los González, los Pujol o los Arzalluz que continuaron la poda que habían hecho por detrás, designando a sus delfines y definiendo ya sus "aparatos", en los que poca hierba creció ya.
Se olvidaron, sin embargo, de esas otras generaciones de españoles, a las que creyeron, al igual que muchos padres, entre ellos los míos, que iba a bastar con alimentar y dar estudios para convertirlas en generaciones felices. Se olvidaron de inocularles esa rebeldía y esas ganas de transformar la sociedad que ellos mismos tuvieron un día. Más bien al contrario redujeron su horizonte a un coche, una casa y unas vacaciones en el Caribe, objetivos todos, de los que ellos o sus amigos sacaban rédito.
Y una vez conseguida esa juventud desmovilizada y acrítica que se empeñaron en bautizar primero como JASP (Jóvenes, aunque sobradamente preparados), luego como mileuristas y, ahora que no queda nada que ofrecerles, como "generación ni-ni", la emprendieron con sus padres indefensos y cansados, a los que han querido convertir en chinos obedientes que acabasen trabajando por la comida y la cama. Se crecieron y más desde la caída del muro de Berlín, ya va para un cuarto de siglo,  con la que la social democracia dejó de comportarse como sus votantes, convirtiéndose en cómplice y colaborador necesario para el crimen que, finalmente han acabado cometiendo. Lo explicaba maravillosamente Manuel Vázquez Montalbán en unas palabras,  justas y certeras, como todas las suyas, recogidas en el documental "Caleidoscopio Montalbán".
En ellas, Vázquez Montalbán habla de la euforia ya pasada, de la que él no vio el final, de la derecha única, del capitalismo y el neoliberalismo, del mercado único y la verdad única y de un ejército para defenderla que es ese mismo neoliberalismo. Pero como hombre sabio que, pese a  formar partes de esa otra generación, la bloqueada por los "artífices" del cambio, pronostica que esa apariencia de orden que nos han impuesto, durará hasta que nos demos cuenta de que bajo ella existen el desorden, la misma injusticia, la misma falta de solidaridad y desigualdad de siempre.
Por fortuna y con nuestra desgracia, ya estamos descubriendo todo lo que Vázquez Montalbán describía proféticamente. Ahora sólo falta que nos pongamos a luchar por hacer añicos la alfombra que lo cubre. Ha bastado que el cansancio del rey y el creciente desamor, cada vez más evidente, de los españoles por él para que, con su abdicación, se abra un debate en el que viejas cotorras repiten mensajes aberrantes y sin sentido sobre la existencia misma del futuro.
Lo ha hecho el más servil de los fiscales generales de la democracia al decir sin inmutarse que lo que no está en la Constitución no existe. Pero se equivoca y no tiene más que mirar a la calle y tratar de entender lo que pasa. Hay toda una generación que, como decía esta mañana Almudena Grandes, ha tomado la bandera de sus bisabuelos. Una generación que no es la del viejo rey y que dudo que mucho que sea la del nuevo. Una generación en la que algunos quieren ver el pasado, pero que, por el contrario, es el futuro.


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