Andan reprochando a los triunfantes Podemos y a su portavoz,
Pablo Iglesias, que hablen sin parar de la casta y, sin embargo, parece que lo
que les molesta a diputados "de toda la vida", ministros y también
jueces no es comportarse como tal casta, sino ser acusados de serlo. Estoy
hablando, naturalmente de la más que "peculiar" sentencia por la que
la Audiencia Nacional libra del oprobio y la incomodidad de pasar por la cárcel
a quienes, mientras estuvieron al frente de Caja Penedès, se comportaron como
"il capitano" del Costa Concordia que, no conformándose con hundir su
barco, fue el primero en ponerse a salvo, dejando a sus impositores
empleados en medio de las aguas heladas de la crisis.
Estos cuatro señores de los que os hablo se proveyeron a
espaldas de la entidad por la que tenían que velar de escandalosas pólizas que
sumaban entre las cuatro treinta millones de euros, mientras ocultaban al Banco
Mare Nostrum, que cargó con Caja Penedès, el verdadero estado de cuentas que
dejaban tras de sí. Y fue precisamente ese banco, junto con la fundación en que
quedó la Caja, quien llevó ante la justicia a estos cuatro trúhanes de cuello
blanco, para los que pidió penas de cárcel que, ahora que han sido condenados y
porque nada hay más cierto en esta vida que aquello de que "perro no come
perro", han rebajado, con la escandalosa aquiescencia del fiscal, a las
imprescindibles para que no tengan que saber qué hay más allá de los barrotes.
Estos cuatro banqueros, los primeros juzgados y condenados
desde que arrancó esta crisis que tantos miles de millones nos ha costado,
reconocieron haber cometido los delitos de por los que fueron juzgados y se
avinieron a devolver, si no todo, gran parte de lo irregularmente
cobrado. Y la cosa funcionó, porque, como si de un confesor de parroquia se
tratara, la pena física, pisar la cárcel, dejo de ensombrecer su futuro de
hombres de pro. Ver para creer, en un país en el que se envía tres años a la
cárcel a quienes integran un piquete o se obliga a ingresar en prisión, después
de llevar años reinsertado, de tener un trabajo y de haber fundado una familia
a quien apenas paso de trapichear en las calles.
No sé de qué me extraño, porque no hay más que ver el trato
discriminatorio que está recibiendo Esperanza Aguirre tras su aventura perseguida
por el "machismo" de unos agentes que no quisieron entender que ella
es muy suya y, además, condesa. Una aventura que quedará en nada, apenas
una multa, porque el juez al que le ha tocado el caso, ha decidido considerar
tan poco ejemplar comportamiento como falta y no delito, con lo que el posible
juicio y la pena se quedan en apenas un trámite administrativo.
Estoy cansado de oír que una de las funciones de la justicia
es ejemplarizar con determinadas condenas para evitar que otros emulen a los
condenados. También la de la principal función del castigo es el de reinsertar
al condenado, pero, por lo visto, los banqueros y a condesa vienen reinsertados
de casa. Si no, no se explica que se vayan de rositas tras cometer sus
tropelías, porque parece que quieran decir llévatelo o huya, porque si no te
pillan, eso que ganas y, si te pillan, lo devuelves o pides perdón y basta.
Todo un escándalo que, desde luego, no ayuda a que confiemos
en eso de que la justicia es igual para todos ni a que algunos, como yo,
mantengamos la esperanza de ver a un banquero o una condesa entre rejas. Un
juez que lo intentó ya ha perdido su carrera y otro está a punto de perderla y,
con lecciones de derecho como ésta lo único que podemos sacar en claro es que
nuestra justicia no es nada ejemplar.
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