viernes, 9 de mayo de 2014

A QUIÉN NO VOTAR


Qué cosas. Por primera vez en mucho tiempo lo único que tengo claro a la hora de unas elecciones, las europeas del domingo 25, es a quién no debo votar, a quién no voy a votar. Yo, que tan seguro he estado otras veces de mi voto, no tengo claro para quién será esta vez. Sólo tengo claro que no será para quienes reformaron sin consulta la, al parecer tan difícil de reformar, Constitución, para convertir en obligación el pago de ña deuda a bancos y especuladores, por delante de atender correctamente a enfermos, ancianos, niños y dependientes, por encima de que nuestros niños tengan al menos una comida decente, la del colegio, al día, por encima de que cualquier español, por humilde que sea su familia pueda estudiar, sin tener que trabajar o pasar penurias, mientras lo merezca, por encima de dar viviendas dignas a quienes han perdido la suya engañados por la banca con hipotecas abusivas, por encima, en fin, de cumplir el único sagrado deber de cualquier gobernante, que es el de cuidar de los ciudadanos.
Ahora, como decía mi abuela, pueden decir misa, pueden prometernos el oro y el moro, pueden tratar de engatusarnos, haciendo danzar serpientes ante nuestros ojos, y van a tratar de hacerlo, no lo dudéis. Pero son los mismos. Exactamente los mismos que para lo único que siempre tienen dinero es para las porras y las pelotas de goma de los antidisturbios, para las cuchillas de las fronteras con que pretenden aislarnos de quienes, huyendo de la pobreza, buscan una vida mejor, o para todo ese sofisticado armamento que nunca he sabido si necesitamos.
Son los mismos que se lo han llevado a manos llenas, entre otras cosas, para distinguirse de esos partidos pequeños que, para su mal, están más cerca de la gente y, por tanto, se parecen más a la gente. Son los mismos, en la izquierda y la derecha, han vivido todos estos años más preocupados de decir y prometer que de hacer, de sus sueldos o el color de los muebles de sus despachos que de que funcione el material de los hospitales y que quienes lo manejan estén pagados con dignidad. 
Sé que generalizar no es bueno, me lo dicen a menudo mis amigos, lo sé y yo mismo lo digo a cada instante.
Pero también sé que los partidos son saturnos, máquinas infernales que devoran a todo aquel que llega a ellos con buenas intenciones, sé que son como destiladoras que sólo dejan llegar al serpentín a quienes son iguales a quienes los dirigen o parecen dispuestos a serles fieles, dejando en la retorta cualquier atisbo de cambio. Y sé que, por eso, han convertido los foros de representación de los ciudadanos, los parlamentos, en un caldo uniforme e insípido, sin nutrientes, en el que sólo de vez en cuando aparecen "tropezones" con algo de verdad, capaz de ilusionar.
No, en esta ocasión no sé aún a quién votaré. Lo único que tengo claro es que votaré, porque aún conservo la esperanza de que el sistema funcione, de que la sociedad, ese gigante dormido, maniatado y amordazado en plena digestión, despierte y se libere de las ataduras, porque sé que cuando las ovejas se organizan, hasta el perro se asusta y porque también sé que esto no puede durar, salvo que lo que pretendamos sea acabar en el fascismo o en una revolución incontrolada.
Aún no sé a quién votaré, pero lo que sé es que no será a PSOE y PP, que han hecho lo posible para que este país esté como está y para que sus ciudadanos estén padeciendo lo que no merecen.

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