¡Qué pena! Porque no produce sino una tremenda que lo único
que ha sido capaz la respiración asistida de esta campaña electoral con un
golpe de tos del que aún no se ha recuperado haya sido el atávico machismo que,
tan natural como parece ser en él, aún le ha llevado a la conclusión de que
este país es otro, en el que no conviene hacer chistes con determinadas cosas y
que, por tanto, debería pedir perdón por tan poco afortunada boutade.
Sí, es una lástima que, en un país en el que decenas de
miles de ciudadanos han perdido el año pasado, tal cosa apenas merezca unos
segundos en los debates y mítines. Es una pena que en un país en el que se han
dilapidado miles de millones de euros en adjudicaciones y obras que se
contrataron, previo paso por la Caja B de los partidos, la corrupción no
merezca una línea en el programa de los dos partidos mayoritarios y que,
además, se lo reprochen mutuamente.
Es una pena que a nadie parezca importarle, más allá de para
colocarlo en un gráfico para lanzar a la cresta del rival la cifra de españoles
que, a los treinta y cinco, no han tenido nunca un contrato o la de los mayores
de cincuenta que nunca volverán a tenerlo. Es una lástima que en este país se
dé por sentado que contratar a una mujer, con sus embarazos, sus síndromes premenstruales
y sus niños enfermos, es contratar una fuente de problemas.
Es una lástima que en este país nos perdamos en la espuma de
las anécdotas y pasemos por encima de las categorías. Es una lástima, y acabo
de escucharlo, que, cuando se es implacable con las madres de niños lactantes,
se exima a un ciudadano de sus obligaciones para con sus conciudadanos en una
mesa electoral, porque sufre unas circunstancias tan excepcionales como tener
entradas para asistir en Lisboa a la final de Champions League, entre el Real
Madrid y el Atlético. Es una lástima que, en plena jornada electoral la Junta
Electoral autorice las celebraciones del equipo ganador, ocupando las calles de
Madrid, estando aún abiertos los colegios electorales. Es una pena, y una
vergüenza, que se dé por inevitable que dicho partido reste, al parecer,
cincuenta mil votos en las urnas el próximo domingo.
Y no me extraña que en un país en el que millares de mujeres
esperan asustadas en sus hogares la llegada de esos seres superiores que las
insultan, las desprecian, las golpean y a veces, demasiadas veces, las matan,
el candidato Cañete pretenda hacer un chistes con lo que dijo que no era otra
cosa que una mala excusa para su torpeza manifiesta.
Es una lástima que desde el Gobierno se pretenda utilizar
como indicador económico la alegría que, hasta en los hogares más pobres, trae
la primavera. Es una lástima, porque parece olvidar que en muchos hogares este
invierno no se ha encendido la calefacción y que demasiados niños salen a la
calle sin nada caliente en el estómago. Es una lástima que los medios anden
preocupados en Madrid por el desastre que supone que se amontonen en los sótanos
de la Facultad de Medicina de la Complutense los restos ya utilizados y por
tanto inservibles para practiquen la disección los estudiantes, y, sin embargo,
no muestren la misma preocupación por los vivos.
En fin, es una pena que en España andemos más preocupados
por el estado de ánimo de Messi o por las lesiones de Cristiano Ronaldo o Diego
Costa, que porque nuestros pensionistas estén teniendo que dejar parte de su
medicación por no poder pagarla. Es una lástima y sería una lástima que Cañete
se estrellase en las urnas sólo por esa torpeza, sería una verdadera lástima,
pero sería una pena que yo, no lo dudéis, celebraría.
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